22/12/08

Josep Massot La Vanguardia
La belleza inasible Publicada una novela de Duras inencontrable en castellano.
Una atractiva viuda millonariada sigue el rastro de un amor fugitivo de puerto en puerto y arras­tra en esta búsqueda quimérica a un hombre que ha conocido en Italia. Se trata de un viaje mítico: busca la pasión, la belleza, encar­nada en un inasible ex legionario, jugador temible y prófugo. Es el argumento de El marinero de Gibrahar, una de las escasas nove­las de Marguerite Duras que per­manecían inencontrables en cas­tellano y que acaba de editar Ca­baret Voltaire. La novela estaba publicada en catalán (Edicions 62), un semillero del que beben los editores castellanos, como ya sucedió con Botxan, editada por Proa en 1999 y que no fue Premi Llibreter hasta que lo publicó Im­pedimenta en el 2008.
La trama de El marinero de Gibraltar era fácil tentación para un cineasta y la llevó al cine Tony Richardson, con guión escrito por la propia Duras y por Cristopher Isherwood, el esteta escritor inglés amor de la obra que dio origen al filme Cabaret. El repar­to fue de lujo: Jeanne Moreau y Vanessa Redgrave, con un papel para Orson Welles (escéptico: di­ce que el marinero no existe más que como delirio). En la obra, escrita entre Un di­que contra el Pacífico y Caballitos de Tarquinia, están los temas re­currentes de Duras, "la ausencia, la separación, la atmósfera lángui­da de suposiciones y silencios, el alcohol", dicen los editores: Mi­guel Lázaro y José Miguel Poma­res, arquitecto que trabaja con Jean Nouvel.
Cabaret Voltaire es una peque­ña editorial barcelonesa que está editando con un gusto literario exquisito y un diseño de una modernidad elegante y austera. Em­pezó con la reedición de Thomas el impostor de Cocteau, y poco a poco se ha ido animando con obras más desconocidas en Espa­ña, como ¡La libertad o el amor!, o ¿Estáis locos?, de Rene Crevel, una obra clave del surrealismo francés, cuya versión, a cargo de Adoración Elvira Rodríguez, me­reció el premio Stendhal a la me­jor traducción del francés.También tiene un Zola (París),un relato de André Gide (Ferdinand), un Francis Carco (Jesús, el Palomo) y se atrevió a reeditar Re­cuerdo de egotismo, de Stendhal, en una nueva traducción.
Hasta el momento, el único es­critor español publicado es Agus­tín Gómez Arcos, el dramaturgo almériense que se exilió primero a Londres en 1966 y después a Pa­rís en 1968. huyendo de la censu­ra franquista. Miguel Lázaro dice que fue premiado "dos veces con el Lope de Vega y desposeído des­pués del galardón". Gómez Arcos escribió en fran­cés y fue varias veces finalista del premio Goncourt. Es autor de li­bros como L'agneau carnivore (El cordero carnívoro) y Ana non (Ana no).

17/12/08

Santos Domínguez ENCUENTROS DE LECTURAS
Publicada en 1952 en Francia por Gallimard, El marinero de Gibraltar es una novela de viajes marítimos y de búsquedas de lo inalcanzable. Entre ausencias y silencios, la prosa de la mejor Duras plantea un extraño triángulo con el amor imposible de un marinero de Gibraltar al fondo. En Italia, Francia, África o el Caribe están los puertos de la utopía de la belleza y el deseo, las tabernas y la geografía marítima del alcohol, la fragilidad del amor, los laberintos de la palabra y el color del mar. Es la cuarta novela de Marguerite Duras y la última importante que aún permanecía inédita en castellano. La publica Cabaret Voltaire en una esmerada edición, espléndidamente traducida por Lola Bermúdez, que ha captado y puesto en castellano la sutileza del tono narrativo de la autora en un viaje que mira más hacia dentro y hacia la profundidad del mar que al exterior. Una novela imprescindible para los lectores de la Duras y de la buena literatura.

29/11/08

Manuel Vicent Babelia El Pais
André Gide: la profundidad de la piel
Un camino le llevaba siempre a los placeres oscuros; otro le devolvía a la honestidad y al compromiso, pero el puritanismo siempre acababa por pedirle cuentas al final del viaje al fondo de los sentidos. En este combate está la esencia de su literatura.
Nació en París, en 1869. El primer recuerdo de André Gide es el de una mesa de comedor cubierta con un tapete que llegaba hasta el suelo. Con el hijo de la portera, de su misma edad, que iba todos los días a buscarle, se deslizaba entre aquellas faldas y ambos agitaban ruidosamente unos juguetes para ocultar otros juegos, que según supo después eran malas costumbres. Tenía entonces cinco años y fue su primer simulacro. Era un niño mimado, muy huraño, hijo único de un renombrado profesor de Derecho, que murió cuando André tenía 11 años. A esa edad quedó bajo la obsesiva protección de su adinerada madre, Juliette Rondeaux, que, pese a todo, lo educó en una elegante austeridad, con una forma de querer hostigante, puesto que hasta el final de sus días rodeó al escritor de mimos y de consejos ininterrumpidos acerca de actos, pensamientos, gastos, lecturas y paños como si no hubiera crecido.
La niñera lo llevaba a los jardines de Luxemburgo, muy cerca de su casa de la calle Médicis. Allí se negaba a jugar con otros niños. En un momento de descuido se lanzaba sobre ellos y a patadas destruía los pasteles de arena que con ayuda de cubos habían construido. Gide tenía sus propias bolitas de cristal, algunas de ágata negra, que trataba de que no se mezclaran con otras más vulgares. En su habitación, a solas con un ficticio amigo Pierre, creado por su imaginación, se entretenía con un caleidoscopio, que en el otro extremo de la lente le ofrecía un rosetón siempre cambiante. Poco después comenzó a recibir clases particulares de piano, lecciones de esgrima dos veces a la semana y a menudo sesiones de equitación en el picadero. Estudió en la Escuela Alsaciana de la que fue expulsado. La institutriz británica Anna Schackleton le impuso un rigor puritano, valor muy apreciado por la alta burguesía cuando le sirve para ocultar cierta clase de vicios.
La familia del padre procedía de Ezés, del cantón de Nimes, en el soleado Rosellón. La familia de la madre provenía de Ruán, capital de la húmeda Normandía. La rama paterna era católica y la materna protestante. André Gide creció viajando en vacaciones hacia las casas solariegas del Mediodía y del norte de Francia. En una había higueras, olivos y laureles; en otra crecían manzanos, había caballos, florecían las rosas y habitaban unas primas muy bellas. Una de ellas, Madeleine, fue su amor de adolescencia con la que acabaría casándose a los 26 años, forzado por la madre autoritaria que trataba de apartarle así de la turbiedad ambigua a la que le empujaba la carne.
Desde la adolescencia la cabeza del escritor quedó dividida: por un lado la moral estricta y por otro el hedonismo. Un camino le llevaba siempre a los placeres oscuros; otro le devolvía a la honestidad personal y al compromiso con los demás desde la altura de la estética, pero el puritanismo siempre acababa por pedirle cuentas a la conciencia al final del viaje al fondo de los sentidos. Este combate constituye la esencia de la literatura de André Gide. La máxima profundidad del ser humano está en la piel, en la belleza de los cuerpos jóvenes, en el nudo de los sentidos que componen el alma. Con buenos sentimientos siempre se hace mala literatura. La belleza no debe tenerse ante cualquier límite. Tiempo habrá luego para arrepentirse y azotarse en público, sin dejar de hacer de este ejercicio un ejemplo de estilo. A los 24 años, después del primer libro escrito en prosa poética, Los Cuadernos de André Walter, se premió a sí mismo con la primera fuga hacia el sur en busca del sol, del exotismo y de un modo natural de curarse un principio de tuberculosis. En compañía de su amigo Paul Laurens se embarcó en Tolón rumbo a Túnez y desde allí al oasis argelino de Biskra donde conoció a Oscar Wilde, que andaba por allí metido en peleas tormentosas con el amante Alfred Douglas, el bello lord que finalmente lo llevaría al infierno de la cárcel de Reading. El joven Gide fue conducido de la mano de Wilde a secretos cafés para iniciados. Mientras fumaban una pipa de kif entre unos árabes sentados en cuclillas y tomaban té de jengibre, en la primera noche, un adolescente de ébano, llamado Alí, semidesnudo tocaba la flauta en la penumbra y ellos lo contemplaban con la mente embotada. "¿Te gusta el musiquillo? Tómalo. La única forma de vencer la tentación es caer en ella", le dijo Wilde, una frase que después se haría famosa. En las memorias de Gide esta sensación corporal fue inseparable de los placeres que también compartía con niñas adolescentes que desde el desierto subían a ofrecerse a los hombres en el zoco del oasis. André Gide se hizo traer un piano desde Argel. Sus notas atravesaban el jardín y se perdían en la suma ebriedad de la carne ahogada en las flores. De regreso a París, el sur ya nunca dejaría de ser su horizonte. Frecuentaba a los simbolistas del salón de Mallarmé. Por la mañana tenis, al mediodía baños y de noche ajedrez. De pronto le visitó el éxito cuando publicó Los alimentos terrenales, ensalzado por la crítica, un canto fervoroso del instinto como método de superar la moral. El mismo combate continuó con la publicación de El inmoralista, en 1902, y después con Prometeo mal encadenado, donde los remordimientos que le proporcionaba la libertad alcanzan las cotas más altas del arte. Llevaba una vida respetable, llena de escrúpulos sociales por fuera y muy libre por dentro. En 1908 André Gide participó en la fundación de la Nouvelle Revue Française y se convirtió en el alma de la editorial Gallimard. Comenzó a ser considerado maestro, un punto de referencia de la cultura francesa entre Mauriac, Camus, Malraux, Proust y Paul Valéry, no sin andar siempre orillando el escándalo.
En 1925, comisionado por el Gobierno francés en una expedición al Congo redactó un informe demoledor contra el método colonialista. En 1936 viajó a la URSS y de regreso dejó de jugar a ser comunista y escribió un libro de denuncia contra el estalinismo, por el cual fue condenado a las tinieblas por el Partido. No le importó absolutamente nada. Gide era un radical de sí mismo frente a cualquier barrera política y moral. Su larga travesía interior está en su Diario, llevado como un psicoanálisis ético y literario desde 1889 a 1949. Mientras escribía con una prosa semejante a una sonata onírica Corydon, en defensa de la homosexualidad, tuvo una hija, Catherine, de su relación extramatrimonial con María van Rysselberghe. Luego sus libros ardieron en una plaza de Berlín, junto con los de Thomas Mann, Proust, Einstein y Freud cuando los nazis establecieron el dilema cultural entre la sumisión o el exterminio. Por su parte, durante la invasión alemana Gide trató de convertir la sumisión en sabiduría. Abandonó París, buscó de nuevo el soleado Mediodía y terminó en Argel, en Fez, en Túnez, en Siracusa. De lejos oía las bombas mientras leía a Goethe para curarse de la humillación ante la derrota de todos los ideales. Liberado París siguió tocando el piano, recibiendo a los amigos, leyendo en un sillón de orejas con una manta de cachemir sobre las rodillas, que sólo por estética nunca llegaron a doblarse ante nadie. Hasta que en 1947 recibió el Premio Nobel. Murió en 1951, a los 82 años.
J.L.Tapia Ideal La granadina Adoración Elvira Rodríguez obtiene el premio Stendhal de Traducción La profesora granadina Adoración Elvira Rodríguez ha obtenido el Premio Stendhal de Traducción por su trabajo en la novela '¿Estáis locos?' (Ed. Cabaret Voltaire), del surrealista francés René Crevel. El jurado valoró «el rigor de esta traducción que se combina, cosa difícil, con la valentía y creatividad de sus decisiones, encontrando el tono adecuado para reproducir, tanto la oralidad de ciertos pasajes como el ritmo del texto de Crevel». El jurado estuvo formado por los traductores Julio Baquero, Maika Embarek, Alicia Martorell, Nuria Petit y Miguel Veyrat, galardonado en la convocatoria anterior. Adoración Elvira indicó que este galardón era «todo un honor y es muy importante porque es un premio a nivel nacional». Profesora de Lengua Francesa en la Facultad de Traductores e Intérpretes de la Universidad de Granada, lo que más le ha entusiasmado de este premio ha sido la traducción de esta novela, «porque es la primera vez que aparece en español una obra del autor surrealista René Crevel, coetáneo de André Bretón». Adoración Elvira indicó que «ha sido muy dura la traducción de esta obra y lo que más me costó fue trasladar el humor de esta novela, un humor negro, que es muy difícil de traducir sin que pierda el sentido original». René Crevel escribió '¿Estáis locos?' en el año 1928, «y para mí ha sido todo un honor hacer posible que ochenta años después esta obra literaria ya esté en español».
La novela, según comentó la especialista galardonada, «tiene muchos capítulos muy subidos de tono y está trufada de escenas de sexo muy del surrealismo francés». La granadina insistió en la importancia del trabajo del traductor, «que está muy vinculado con el trabajo literario y es consecuencia de la misma literatura». No obstante, reconoció que «no se puede vivir de la traducción literaria». Adoración Elvira comentó que la traducción literaria «no la hago por lo que gano sino por el placer de dar a los demás un producto que he hecho con mucho cariño, porque la traducción literaria es un arte, que no está bien pagado, pero que es muy gratificante». Reconoció que «lo que verdaderamente vale es la obra del autor, de ahí que tengamos que ser fieles los traductores al texto original. La traductora granadina informó que próximamente aparecerán otros de sus trabajos publicados. Se trata de una nueva novela del autor francés de origen almeriense Agustín Gómez Arcos, «del que ya apareció publicada en español la obra 'El cordero carnívoro'».
El Premio Stendhal de traducción de 2008 ha sido concedido a Adoración Elvira Rodríguez por su versión del libro de René Crevel ¿Estáis locos?,editado en castellano por Cabaret Voltaire. El jurado valoró para tomar su decisión el rigor de esta traducción que se combina, cosa difícil, con la valentía y creatividad de sus decisiones, encontrando el tono adecuado para reproducir, tanto la oralidad de ciertos pasajes (sin caer por ello en casticismos) como el ritmo del texto de Crevel.
[más información http://www.acett.org/ ]

16/11/08

CABARET VOLTAIRE publica El marinero de Gibraltar de Marguerite Duras. Durante unas vacaciones en Italia, un hombre, que ha decidido cambiar su vida, conoce a una rica y misteriosa joven americana que recorre el mundo en un lujoso barco en busca de un amor perdido, el marinero de Gibraltar; ex legionario, jugador impenitente, buscado por la policía. Juntos, de puerto en puerto, continuarán la búsqueda del marinero desaparecido, objeto de pasión, símbolo de belleza. Pero un amor imprevisto nace entre ellos. Si encuentran al marinero de Gibraltar, será el fin de este amor. Extraña contradicción. De Sète a Tánger, de Tánger a Abidján, y de Abidján a Léopoldville, su búsqueda prosigue.
En El marinero de Gibraltar, escrita en 1952, encontramos los principales temas de preocupación de Marguerite Duras: la búsqueda imposible del amor perdido, la separación, la ausencia… Un estilo muy particular y una atmósfera lánguida, de suposiciones, de silencios. Una obra muy bella traducida por primera vez al castellano. Imprescindible para los amantes de la literatura de Duras.

15/11/08

Eva Díaz Pérez EL MUNDO Los cuadernos parisinos de Stendhal. Cabaret Voltaire rescata ‘Recuerdos de egotismo’, los escritos autobiográficos que recrean el París de la Restauración. Pasear con Stendhal por los salones del París de la Res­tauración, conocer a personajes que sólo podríamos encontrar ya en las hermosas tumbas de piedra y niebla del Perè Lachaise, disfru­tar con su mirada escrutadora y a veces cruel, descubrir las atmósfe­ras de sus novelas. Recuerdos de egotismo, es la obra rescatada aho­ra por la editorial Cabaret Voltaire en su tarea de recuperar joyas de la literatura francesa –sobre todo del fin de siècle y entreguerras– inédi­tas, poco conocidas o mal distribui­das en España. En esta ocasión, se trata de una de las piezas de la literatura auto­biográfica de Henri-Marie Beyle –nom de plume, Stendhal– com­puesta por su Diario, La Vida de Henry Brulard, la corresponden­cia, sus notas necrológicas o su marginalia. Stendhal (Grenoble, 1783-Pa-rís, 1842) inició su proyecto auto­biográfico ya en abril de 1801 a los 18 años cuando «ostentaba los galones del 6º regimiento de dragones del ejército napoleóni­co con su Diario», apunta en la in­troducción Juan Bravo Castillo, responsable de la traducción. Este «coloquio consigo mis­mo» cobra fuerza, sobre todo, a partir de los cincuenta años, cuando el desencanto le lleva a mirar atrás: «Voy a cumplir cin­cuenta años, y va siendo hora de conocerme», anota el autor de La Cartuja de Parma o Rojo y Negro. Stendhal escribió Recuerdos de egotismo en quince días, des­de el 20 de junio al 4 de julio del año 1832 cuando era cónsul de Francia en Civitacecchia –«por ocupar mis ocios en esta tierra extranjera»– y resume los años que van de 1821 a 1830. Alojado en París en la Rue de Richelieu en el Hôtel de Bruxe-lles, número 47, asistimos a las idas y venidas de Stendhal en los salones parisinos y en los cafés del Rouen al Lemblin –el café li­beral situado en el Palais-Royal–, a sus paseos los domingos «bajo los grandes castaños de indias de las Tullerías» a los recorridos so­litarios por Montmartre y el Bois de Boulogne. Gracias a las oportunas notas a pie de página de Juan Bravo Cas­tillo podemos movernos por ese París de la Restauración –tam-bién aparece el viaje a Londres– siendo incluso posible la aventu­ra de seguir los lugares stendha-lianos apuntados en estos Re­cuerdos de egotismo. Por ejem­plo, descubriendo que la mansión de monsieur de Tracy –par de Francia y miembro de la Acade-mia– estaba en la Rue de Tracy, cerca de la Rue Saint-Martin, «que aún existe hoy día, entre el Boulevard de Sébastopol y la Rue Saint-Denis». O incluso sonreír al pensar que en la Rue du Cadran, esquina a la Rue Montmartre, en el cuarto pi­so de un edificio que quizás hoy no exista, Stendhal vivió un cu­rioso episodio de vida galante y que él mismo confiesa en estas memorias parisinas. Y comienza haciendo una ad­vertencia a modo de ‘defensa’ por el desenlace del capítulo. «El amor hizo nacer en mí, en 1821, una virtud muy cómica: la casti­dad». Sus amigos le organizan una «deliciosa velada de jóvenes de vida alegre» en un «salón en­cantador, champagne helado y ponche caliente». Stendhal termina en la habitación de Alexandrine, «tendida en un lecho, casi en el traje y exacta­mente en la postura de la duque­sa de Urbino, de Tiziano». Sin embargo, la escena concluye de forma inesperada. «Aquello fue un ‘fiasco’ completo. Recurrí a una compensación, y ella se pres­tó. No sabiendo qué hacer, inten­té volver al mismo juego de ma­no, que ella rehusó. Pareció sor­prendida. Le dije algunas pala­bras bastante bonitas para mi posición, y salí». El ‘pobre’ Stendhal admite que desde ese momento pasó ante sus amigos por babillan, en referen­cia al genovés Babilano Pallavici-no «que en el siglo XVII tuvo que separarse de su esposa a raíz del proceso en que ésta le acusaba de impotencia», según comenta en su apartado de notas Juan Bravo Castillo.Otro de los aspectos curiosos de estos escritos autobiográficos es la aparición de croquis, como el que aparece de la mansión de monsieur Tracy, que desvelan el escaso gusto de Stendhal por las descripciones: «He olvidado pin­tar este salón. Sir Walter Scott y sus imitadores hubieran comen­zado por ahí, pero yo aborrezco la descripción material».
Eva Díaz Pérez EL MUNDO En el cementerio de Montmartre está la tumba de un español. De uno más. Quizás alguien pondrá hoy un ramo de flores en su lápi­da porque exactamente hace diez años moría en París el anda­luz Agustín Gómez Arcos, «el más español de los escritores franceses», como lo definió Luis Antonio de Villena en el obitua­rio que escribió cuando desapa­reció el que llaman el último exi­liado. Siempre he pensado que para conocer de verdad la historia de este país había que buscar en las páginas en blanco de sus ma­nuales, en los márgenes de las crónicas oficiales. Y Gómez Ar­cos forma parte de esa galería de invisibles, de fantasmas, de personajes de la periferia sin los que es imposible comprender la historia literaria de este país. En los últimos años, la edito­rial Cabaret Voltaire está recuperando los libros de Gómez Arcos inconce­biblemente inéditos en español, porque el es­critor almeriense deci­dió rebelarse contra la España de Franco re­nunciando a la lengua. Al mar­charse a París en 1968 –eligiendo así el autodestierro y convir­tiéndose en el último exiliado–, trabaja como contable, cocine­ro, friegaplatos, para ganarse la vida y aprender la lengua. Du­rante diez años no escribirá has­ta haber asumido por completo el francés. Sin embargo, España será una obsesión. Gó­mez Arcos escribía en francés pero aludía a la realidad española. En español sólo había para él silencio mientras que en su patria de acogida recibía premios, éxitos, conde­coraciones como la de caballero de la Orden de las Artes y las Le­tras. Una obra suya, L’enfant pain ( El niño pan, ahora resca­tada) se incluía como lectura obligatoria en el bachillerato francés, pero él no existía en los manuales de literatura.La exiliatura de este andaluz transterrado que vaga aún como un espectro es una forma de re­beldía, un ejercicio para comba­tir contra la desmemoria del franquismo. Y lo sorprendente de este héroe de las letras es que al escoger el exilio cambiará por completo su biografía literaria. Antes de marcharse a París, Gó­mez Arcos había sido un autor teatral paradójicamente premia­do, aunque sus obras nunca se representaron. Sufrió el desdén, el silencio y el desprecio y se con­virtió en un insólito «hereje pre­miado». Así, decide establecerse en París y, tras diez años de silen­cio, cambiar de lengua y de géne­ro literario para convertirse en un novelista de éxito. Por eso, ya es hora de recordar su tumba de Montmartre y rescatarlo de las fosas del olvido. Su comprometi­da literatura lo merece.

5/10/08

CABARET VOLTAIRE publica Recuerdos de egotismo de Stendhal, en una nueva traducción de Juan Bravo Castillo.
En Recuerdos de egotismo Stendhal narra sus vivencias en París desde 1821 hasta 1830. Una etapa de brillantes relaciones sociales y de una intensa actividad literaria (Sobre el Amor y Rojo y Negro). Un testimonio excepcional de la vida en los salones del París de la Restauración.
«Además de la impudicia de hablar continuamente de sí mismo, este trabajo ofrece otro motivo de desaliento: ¡cuántas cosas audaces que yo digo ahora temblando serán vulgares tópicos a los diez años de mi muerte, por poco que el cielo me conceda una edad decente de ochenta o noventa años! Por otra parte, es un auténtico placer hablar de lord Byron, de Napoleón, etc…, y de todos los grandes hombres o, por lo menos, de todos esos seres tan distinguidos que he tenido la fortuna de conocer y que se han dignado hablar conmigo. Por lo demás, si el lector es envidioso como mis contemporáneos, consuélese: pocos de esos grandes hombres a quienes tanto amé me adivinaron. Hasta creo que me encontraban más aburrido que a cualquier otro; quizá sólo veían en mí un exagerado sentimental. Ésta es, en efecto, la peor de las especies. Sólo fui apreciado, y mucho más de lo que merecía, desde el momento en que di muestras de ingenio.»

24/8/08

Laura Castro solodelibros.com En menos de diez páginas retrató André Gide la noche de amor que en julio de 1907 vivió junto al adolescente Ferdinand. Aunque estas páginas exudan deseo y erotismo, no hay ni rastro en ellas de impudor o imágenes explícitas; antes al contrario, se caracterizan por su delicadeza y cierto lirismo romántico que alude más al sentimiento que a los sentidos.En esa noche de luna llena, Gide inició en los misterios del sexo a un joven al que el placer hacia zurear como a una paloma torcaz, de ahí el sobrenombre con el que André Gide se referiría desde entonces a aquel amante. La experiencia resultó tan impactante que el autor la puso casi de inmediato por escrito con todo detalle: la celebración de la victoria electoral de su amigo Rouart en las fiestas de Fronton, la irresistible presencia del joven a su lado durante el festejo, la vuelta a casa en su compañía, presintiendo ya la felicidad que prometía el desenlace; y, por último, la pasión que pareció empequeñecer cualquier experiencia previa: "Por momentos, interrumpiendo nuestros juegos, me quedaba quieto, erguido, inclinado sobre él, poseído por una especie de angustia, de estupefacción, de deslumbramiento frente a su belleza. No, pensaba, ni siquiera Luigi en Roma, o Mohammed en Argel, tenían ni tanta gracia, ni tanta fuerza, y el amor no obtenía de ellos movimientos tan apasionados ni delicados." La lectura de “Ferdinand” supone una sacudida, no sólo por la belleza de la obra, a la que Gide supo trasmitir la vibración de su alma, todavía conmocionada por lo acaecido: a pesar de iniciar a un adolescente virgen, se percibe que el iniciador recibió más de lo que pudo entregar, y que esa noche de julio vivió una experiencia trascendente. Sino también y sobre todo, por la capacidad de trasmitir la belleza de un momento que quien lo vive sabe único e irrepetible.De hecho, aunque es el relato de un amor homosexual, “Ferdinand” plasma de manera implícita la alegría de la unión sexual, por encima del género de los amantes. Más allá de pudores pacatos, Gide se muestra como un hombre que acepta y conoce su lado lúbrico y, en consecuencia, se entrega por entero a la ebriedad que produce el placer sexual, sin remordimientos, de una menara sana y sencilla. Y tal vez esa sea la causa de la intensidad con que vive ese placer, con que se anticipa a él, con que lo mantiene vivo en su recuerdo y lo agradece una y otra vez. Cabaret Voltaire agrega a este primera edición en castellano de “Ferdinand, la paloma torcaz” -relato que había permanecido inédito hasta el año 2002, fecha en que la hija de Gide lo dio a la imprenta-, un postfacio escrito por David H. Walker. Este pequeño estudio, basado en la correspondencia de Gide con Rouart, presenta un retrato claro de la manera en que Gide asumió y vivió su homosexualidad, seguro de que su manera de entender la sexualidad no era en absoluto una perversión. También da una idea de la huella que la noche de julio compartida con Ferdinand dejó en él para siempre, a pesar de que el joven muriera unos años más tarde de aquella aventura romántica.

29/7/08

Pedro Tellería Revista LUKE Vanguardia y temas de siempre.El pasado otoño, la editorial Cabaret Voltaire publicó ¡La libertad o el amor!, la novela de Robert Desnos que más fama y reconocimiento dio al escritor parisino en los ambientes surrealistas del París de la época. Robert Desnos (1900-1945) fue un francés que encarna como nadie el ritmo que la primera mitad del siglo XX imprimió a los hombres. Habitante de la gran urbe y estudiante gris, huyó de su destino, los trabajos vulgares, trabando amistad con André Breton y su grupo; lo anterior, unido a su desmedida afición por la literatura, le introdujo en las coordenadas vanguardistas de la época. Experimentó con las drogas y con la escritura automática, y publicó joven. Sin embargo, sus inquietudes no terminaron ahí; la década de los treinta lo lanzaría a la lucha intelectual antifascista, decisión que años más tarde lo empujó a pertenecer a la Resistencia y a ser detenido por la Gestapo en 1944. Un año más tarde, con varios títulos publicados, moriría tempranamente de tifus. Estas coordenadas sitúan ¡La libertad…! en un contexto inconfundible: el hervidero social, político y cultural del periodo de entreguerras. Desnos se tomó su tiempo tan en serio que escribió un puñado de textos marcados por los rasgos característicos de la época –que la introducción a esta cuidada edición detalla con acierto–. En sus páginas se citan técnicas como la escritura automática, temáticas como la ciudad o el erotismo, géneros como la narrativa y la poesía, y formas como la prosa y el verso. Además, Desnos incluye deliciosas extravagancias como esa hoja de calendario, reproducida a toda página, del 12 de enero, o la nota al pie que recoge los delirios etimológicos de Desnos, con una creatividad tan desvergonzada como legítima. Así fueron aquellos años, y así es esta novela. Su lectura no resulta fácil, y es preciso aplicarse a un concienzudo ejercicio de relectura para, eso sí, paladear todos los matices de su sabor. Aunque en novelas como ésta me parece aventurado hablar de protagonista, el de ¡La libertad…! es Corsarie Sanglot, a quien el lector acompaña en sus paseos nocturnos por París, en su naufragio y posterior visita a la isla abandonada… Sin embargo, la acción –tan diluida– es a mi juicio lo de menos. Lo importante son las cosas que diré a continuación. En primer lugar, llaman la atención las ambientaciones que era capaz de crear Desnos. Unas veces con alto voltaje poético, como en las recreaciones polares o marítimas, otras veces dando muestras de evidente soltura narrativa, como en el endemoniado capítulo final –donde en Niza nos codeamos con la jet-set de la época antes de un desenlace cruel y meditado–, Desnos es capaz de llevar al lector muy lejos del lugar donde esté leyendo. En segundo lugar, Desnos sabía combinar no sólo la prosa y el verso, sino también la narrativa y la poesía. Los procedimientos analíticos de la primera (descripción, narración en sentido estricto, juegos de voces, personajes…) se funden con los sintéticos de la segunda (imágenes, símbolos, corrimientos semánticos…) para crear un texto que a veces –hay que reconocerlo– resulta complejo, pero que siempre alcanza altas cotas de sugerencia. En tercer lugar, Desnos demostró en esta novela no ser solamente un “juntapalabras” con estilo. Me remito al final del capítulo quinto, donde enunció –de manera oblicua, como no podía ser menos– su teoría sobre el arte. En la lucha de ese “ojo perspicaz de los aventureros del pensamiento” contra “los ridículos serafines de la deducción lógica” se resume y simboliza la acción de la poesía, y del resto de las artes, frente a otras parcelas del espíritu donde el mito abierto es arrinconado por el cerrado silogismo. Desnos lo sabía. Y Desnos apuntaba al blanco más oscuro. Por eso ponía en sus novelas exploradores polares, cantantes de music-hall, locos encerrados en frenopáticos y bebedores de esperma. Bastaba con salir un rato a las vertiginosas calles del París que conocía para saber que su siglo XX demandaba escribir novelas como ésta, donde el muñeco de Michelin comparte capítulo con buscadores de oro y peces que salen del río sin avisar. Quizá el dilema de Desnos se simbolice en la disyuntiva del título. O quizá Desnos lo pasó mal en otro plano de la vida. No lo sé. Quizá libertad y amor son términos antagónicos, o tal vez son por naturaleza complementarios. Quizá por la libertad se llega al amor; o quizá uno es el camino para alcanzar la otra. Pero lo que sabe el lector cuando cierra el libro es que Desnos sumergió al Corsarie Sanglot en las aguas de la vida mientras él se sumergía en las del arte para demostrar que la errancia, la búsqueda, ya sea por las solitarias calles de un París de farolas y húmedas esquinas o bajo las frías aguas de un océano de aguas fosforescentes, es la marca del hombre que conoce el destino del ser humano. Buscar, sopesar y al final exclamar: ¡la libertad o el amor! Recomiendo la lectura de esta novela. Lectura lenta, sosegada, para tomar y dejar, para volver a ella de vez en cuando. Ayuda a ello la hermosa y trabajada traducción de Lydia Vázquez y Juan Manuel Ibeas, y esas notas al pie –informadas, eruditas a veces– que son en sí mismas, a su modo, un pequeño gran texto.

13/7/08

Matías Néspolo EL MUNDO El desparpajo del André Gide inédito en español. Más de medio siglo después de su muerte y a seis años de la edición de Gallimard, llega al lector en castellano 'Ferdinand', la más desenfada 'nouvelle' del Nobel francés editada por Cabaret Voltaire. Una sensual novela erótica en la que Gide postula la victoria del deseo sobre una homosexualidad sin tapujos. Después de los ataques recibidos por la crítica al defender tímidamente la homosexualidad en Corydon (1924) al genial André Gide jamás se le pasaría por la cabeza publicar Le Ramier (1907), una desenfadada novela erótica en la que la iniciación no es más que un rodeo autobiográfico para reivindicar una sexualidad sin prejuicios. Una obra que la pacata sociedad francesa de entonces no estaba dispuesta a tolerar. Y tuvo que pasar más de medio siglo de su muerte para que el texto viera definitivamente la luz, publicado por Gallimard, en 2002. Los méritos se los lleva su hija, Catherine Gide, que supo apreciar la «sensación de frescura y poesía» de un relato que postula una vitalista «victoria del deseo y del placer compartido» más allá de los prejuicios y velos que aún empañan la recepción del Nobel que encandiló tanto a Camus como a Jean-Paul Sartre. El exquisito sello Cabaret Voltaire acerca por primera vez esta esclarecedora obra al lector español bajo el título Ferdinand,La paloma torcaz de la mano de la traducción Lydia Vázquez Jiménez, Catedrática de Filología Francesa y autora además del estudio intructorio que acompaña a la novela. El diáfano relato sobre el joven discípulo Ferdinand y su preceptor-iniciador André, que aterrizará en las librerías españolas la primera semana de junio, llega además ilustrado con trabajos del artista plástico Ricardo Fumanal y acompañado de los paratextos de rigor de la edición francesa: prefacio y postfacio de Catherine Gide, Jean-Claude Perrier y David H. Walker. El autor de Los monederos falsos adquiere, bajo la sensual y voluptuosa luz de luna llena que ilumina esta nouvelle, una faceta reveladora, la de todo un precursor en la defensa de la libertad sexual como vía de autoconocimiento y realización estética. [más información http://www.elmundo.es/papel/2008/05/23/catalunya/2399034.html http://www.cabaretvoltaire.es/gide.html ]

22/6/08

Fernando Castanedo EL PAIS Babelia Para quienes no hayan leído a Agustín Gómez Arcos (Enix, 1933-París, 1998) esta edición de El cordero carnívoro, justo cuando se cumplen los 10 años de su muerte, representa la ocasión perfecta. Además de ser su primera novela, tiene el valor añadido de haber cambiado definitivamente la vida del escritor. La novela se escribió y se publicó gracias a un editor que, sentado en un café-teatro de París, preguntó al camarero por el autor de la pieza que se estaba representando. El camarero le descubrió que el autor era él, y recibió del editor un adelanto para que la transformase en una novela. El libro fue un éxito. Anécdotas aparte, el texto aborda los asuntos que más interesaron al escritor: la Guerra Civil y sus secuelas, la desposesión del exilio y, sobre todo, los amores prohibidos. El cordero carnívoro narra la fábula de un amor entre dos hermanos que se agota cuando el pequeño alcanza la adolescencia y sobreviene la ruina de la familia. Narrada por el hermano pequeño en un lenguaje preciso y sucinto, y desde el presente en que va a producirse el reencuentro entre ambos, esta novela homoerótica y abiertamente sacrílega contiene una alegoría de la fortaleza y de la perseverancia en un lugar —la España franquista— donde predominaban una piedad y una educación pésimamente entendidas. [más información http://www.cabaretvoltaire.es/el%20cordero%20carnivoro_babelia.pdf ]

8/6/08

Guillermo Fuertes La voz de Almería Gómez Arcos vuelve a Almería “Ésta ha sido una tra­ducción muy distinta a todas las que haya podido hacer hasta ahora, pues, excepto el hecho de que está escrito en francés, todo lo demás en esta no­vela es español. Ha sido traducir al español una obra española, y ha sido muy interesante.” Adoración Elvira Rodríguez, ca­tedrática del Departamento de Fi­lología Francesa de la Universi­dad de Granada, ha sido la en­cargada de traducir por primera vez al castellano 'L'agneau camivore' ('El cordero carnívoro'), la primera novela escrita en francés por Agustín Gómez Arcos, libro mítico que recibió el premio Hermés a la mejor novela francesa en 1975, y que abrió la llamada 'tri­logía de la posguerra' y el río de catorce novelas 'francesas' de este autor. "Cuando se traduce un li­bro, no sólo se traduce la lengua, sino también la cultura, pero en este caso era distinto", explicó. Como ocurre con casi toda la obra de Gómez Arcos, hijo de Enix, alumno de Celia Viñas, dra­maturgo y escritor que emigró, as­fixiado por la censura franquista a finales de los 60, alcanzó el éxi­to del público y el respeto de la crítica en París, vio su obra tra­ducida a varios idiomas y llegó a ser nombrado Caballero de las Le­tras y las Artes de la República Francesa, 'El cordero carnívoro' es un libro inédito en España Ahora acaba de salir a la luz esta primera traducción, de la mano de la editorial 'Cabaret Voltaire', con un prólogo de Luis Antonio de Villena, y se presentó ayer en el Salón de Plenos de la Diputa­ción Provincial de la mano del Ins­tituto de Estudios Almerienses y la librería Picasso. Los traumas de la guerra civil 'Cabaret Voltaire' se ha propues­to editar las catorce novelas de Gómez Arcos. "Estamos reco­giendo, de alguna manera, los in­tentos que se hicieron en los años 90, incluso por el mismo autor, de dar a conocer su obra en español", explicó el editor Miguel Lázaro. "Gómez Arcos tiene ya su hueco en la literatura francesa, y, sin em­bargo, lamentablemente, es un gran desconocido en España". Escrita por encargo de una editorial parisina, 'El cordero carní­voro' narra, en el meticuloso y sin­gular francés que Gómez Arcos había hecho, conscientemente, su lengua creativa, la vida de un mu­chacho en la posguerra española, e indaga, de manera descarnada, en los traumas causados por la guerra civil en una familia de la burguesía andaluza Fue la novela con que el autor alcanzó la libertad, y sintió, por primera vez, que nunca más un li­bro suyo sería censurado. Sus pro­fundas reflexiones sobre las rela­ciones humanas, la muerte, la ho­mosexualidad, la libertad, la dic­tadura, la religión, conformaron una obra magistral y política­mente incorrecta de amores y odios que inmediatamente tuvo un formidable éxito de lectores. El próximo: 'Ana No' En la presentación del libro tam­bién intervino Harry Vélez Qui­ñones, profesor de la University of Puget Sound of Seattle, espe­cialista en teatro del Siglo de Oro para quien el encuentro con la obra de Gómez Arcos "fue un acontecimiento que torció el rum­bo de mis trabajos de investiga­ción en la literatura".Para el año que viene, la edito­rial tiene prevista la publicación de 'Ana No', la novela más tradu­cida y premiada de Gómez Arcos, y comenzar los trabajos de recu­peración de una novela inédita de Gómez Arcos. "Desde aquí y aho­ra se los digo: si necesitan ayuda en este proyecto, cuenten con el Instituto de Estudios Almerien­ses", apuntó Miguel Naveros. "Pienso que algo así es, simple­mente, nuestra obligación".

15/5/08

CABARET VOLTAIRE publica Ferdinand, un relato erótico inédito de André Gide aparecido en Francia en 2002 (Le Ramier, Gallimard 2002). Edición ilustrada por Ricardo Fumanal y traducida por Lydia Vázquez Jiménez.
Entre los papeles de mi padre, encontré una pequeña novela erótica, fechada en 1907, titulada Le Ramier, La paloma torcaz. Por distintas razones, de amistad o de moralidad, Gide no la publicó. Atraído por nuevas aventuras e importantes trabajos, acabaría probablemente olvidándose de este texto. En cuanto al episodio que narra, ciertamente no necesitaba verlo publicado para recordarlo. Basta leerlo para darse cuenta del placer que le procuró vivirlo y relatarlo. ¿Puede conmovernos, aún hoy, esta iniciación amorosa? Desde luego la connivencia de uno y otro partenaire nos comunica una sensación de frescura y de poesía, y el relato transmite al lector la emoción del descubrimiento erótico, el regocijo de la complicidad, la victoria del deseo y el placer compartidos. Me parece éste un texto rebosante de alegría de vivir. No hay en él atisbo de perversidad. Confirma que es injusto y falso hablar de «comportamientos orgiásticos» en el caso de Gide. No era su estilo. He aquí pues un relato rico en matices, púdico, en un momento en que florecen multitud de publicaciones donde triunfa la sexualidad más cruda. Razón de más para editarlo. Catherine Gide Primavera de 2002

2/5/08

M. Carmen Molina Romero Çédille. Revista de estudios franceses, nº 4 (2008) Traducción y memoria histórica: El niño pan de Agustín Gómez Arcos. Es posible considerar hoy en día la traducción como un medio más encaminado a la recuperación y conciliación de la memoria histórica que se está realizando en nuestro país. De este modo pueden contemplarse las traducciones al español y la recepción de la obra de algunos escritores exiliados que, por decisión propia y/o empujados por las circunstancias literarias y editoriales, optan por escribir y publicar toda o parte de ellas en lengua francesa. Entre la lista de escritores transpirenaicos que, en el siglo XX, decidieron franquear también la frontera lingüística, se encuentran nombres de la talla de Jorge Semprún, Michel del Castillo, Rodrigo de Zayas, Agustín Gómez Arcos o del recientemente fallecido José Luis de Vilallonga. Los ejemplos de literatos aclimatados en Francia se atestiguan ya desde la época ilustrada. Al desertar de la lengua materna y convertirse al francés, todos ellos comparten un espacio literario marginal, especie de limbo literario, que no llega a formar parte ni de una ni de otra literatura y vida nacional. Estos raros especimenes hispanos naturalizados en Francia y en su panorama literario, han quedado confinados bajo el sospechoso término de «afrancesados». Afrancesamiento que no francofonía, por lo que supone la vinculación intrínseca entre literatura, nación y lengua, indisociablemente unidas por un conformismo literario que hoy es necesario revisar. La escritura afrancesada que emerge en el último siglo es doblemente exiliada, pues al exilio real que le tocó vivir a esta generación de escritores por el traumatismo de la guerra civil, se suma el exilio «voluntario» de la lengua materna. Este último exilio es, al fin y al cabo, un aspecto que compete esencialmente al plano de la expresión (según la glosemática) o a la sustancia misma del significante (según la terminología de Saussure). Pero, por su contenido, estas voces francesas siguen siendo españolas, pues se arraigan con fuerza en los recuerdos de la infancia y en una honda preocupación e interés por España. La solidaridad normal existente entre expresión y contenido parece, en esta forma de expresión, haberse resquebrajado y de esta fractura arranca su «hibridez» cultural. En primer lugar, la experiencia común de guerra y de exilio marca profundamente la infancia de esta generación de escritores de expresión francesa. Los recuerdos ligados a la lucha fratricida y a la posguerra franquista afloran en una escritura con una marcada propensión hacia la búsqueda de la raíces y de la identidad. Algunos de ellos ahondan además en otras experiencias de guerra, de campos de concentración y en el genocidio, como Michel de Castillo y Jorge Semprún. Otros lo hacen a través de la historia y de su revisión, como Rodrigo de Zayas, quien desenmascara el racismo de estado e intenta poner de manifiesto las conexiones y analogías entre la expulsión de judíos y moriscos de España con el holocausto de la Segunda Guerra Mundial. Discursos por tanto marcados, unas veces más por compromisos identitarios, otras más por políticos o históricos; estas voces se alimentan de la memoria biológica del individuo pero también de aquella que conforma el pasado reciente y lejano de la memoria española. [ver artículo completo...]

23/4/08

Laura Castro solodelibros.comParís”, escrita por Émile Zola en 1898, es una novela que, además de una semblanza del París finisecular, resulta ser un compendio de las ideas que agitaron el fin del siglo XIX y que debían alumbrar una nueva sociedad para el nuevo siglo, abarcando tanto las doctrinas científicas, como sociales o filosóficas.La prolijidad de la prosa de Zola encierra casi siempre profundas reflexiones sobre la sociedad en la que vivió, fruto de un genuino interés por el carácter cambiante de una nación que el autor juzgaba representante de la totalidad del mundo civilizado. Y tal vez esa idea de Francia como adalid de las nuevas ideas que perfilaban el cambio de siglo y que prometían un nuevo orden, brilla especialmente en “París”.La exposición de esas ideas, que Zola deja en boca de sus personajes, y más aún, su asimilación y la catarsis que su aceptación provoca, recorren la narración como una estructura sólida que es realmente lo que da cuerpo a la historia, que de lo contrario pudiera resultar algo banal. En “París” esa duda, esa lucha por comprender, está encarnada por Pierre Froment, un cura que ha perdido la fe y que busca una nueva creencia que no sólo llene su espíritu, sino que además le reconcilie con la vida que siente latir a su alrededor y que considera que no tiene nada que ver con los preceptos caducos que Roma se obstina en predicar.Con el mismo detallismo preciosista del que Zola se sirve para describir una habitación, el aspecto de un hombre o el vestido de una dama, se reseña la crisis moral que Pierre afronta, perdida la fe y alterada su conciencia por el escrúpulo que le invade al ser consciente de la injusticia, la inmoralidad y la miseria que corroen la sociedad. Y esa crisis, además de otros hilos de la trama, será la que dará pie para desarrollar en la historia un breve compendio de las principales ideas que convulsionaron el penúltimo fin de siglo, prestando especial atención a la anarquía.La vida de excesos de los burgueses, entregados a la corrupción y a la inmoralidad, y la existencia embrutecida y exhausta del proletariado, suponen un contraste cruel que hace crujir toda la estructura social, que amenaza con hundirse. Los anarquistas buscan acelerar el derrumbe de un sistema que consideran injusto, algunos a base de dinamita, para que de entre los escombros de la iniquidad surja un mundo nuevo donde ya no habrá explotadores y explotados. Y sobre la idoneidad de los medios empleados, así como sobre la necesidad de derramar sangre burguesa como justo pago por la vida miserable de tantos obreros, surge un debate social que aporta mil puntos de vista, pero ninguna solución.Finalmente, Pierre acabará por convertirse a una nueva doctrina: la de la naturaleza. Una doctrina cuyos postulados sólo pueden realizarse en el trabajo, en la existencia fecunda del hombre que une su fuerza a la poderosa corriente que busca el progreso de la civilización y cuyo esfuerzo debe contribuir a la gestación de una humanidad emancipada.El trabajo esforzado de los obreros, unido a la intensa labor de intelectuales y científicos, debe ser la única semilla que germinará en un mundo nuevo. La esencia de ese cambio debe ser el deseo de construir, no destruir, contribuyendo así al avance de los pueblos. La ciencia y el trabajo serán las herramientas con que se extirparán viejos atavismos y una vez caída la venda de sus ojos, la humanidad aprenderá a ser justa, solidaria y ecuánime.Esas son las promesas que traía la proximidad del nuevo siglo, en el que tendría lugar el advenimiento de una nueva sociedad y un nuevo modo de vida. Y realmente, al leer este libro, cuando aquel siglo llegó y pasó y otro nuevo siglo avanza tras de él, uno se pregunta ¿qué fue de todo aquello?

6/4/08

Matias Néspolo EL MUNDO La bohemia parisina renace en un sello de nombre surrealista. Inéditos de viejos compañeros de ruta de Bretón como Desnos o Crevel, además de ocultas joyas 'fin-de-siécle' como Lorrain o Francis Carco se encuentran finalmente con el postergado lector en español. Una aventura editorial que lleva el nombre de un mítico café: Cabaret Voltaire. Cabaret Voltaire era un café de Zurich, hoy convertido en museo, donde se fundó el Dadaísmo y donde sus here­deros, los surrealistas franceses, acos­tumbrarían reunirse. Poco queda del espíritu vanguardista de aquellos años más que ese nombre que aún conserva su fuerza como un talismán. Talismán que hoy tienen en su poder José Mi­guel Pomares y Miguel Lázaro, un ar­quitecto y un economista, madrileños ambos, que han lanzado un sello lite­rario homónimo en Barcelona. La joven Editorial Cabaret Votaire, -inaugurada en octubre de 2006 con Thomas el impostor, de Jean Cocteau- se ha especializado en poco tiempo en las joyas perdidas de la literatura fran­cesa en sintonía «con la bohemia fin-de-siécle y el periodo de entregueras», apunta Lázaro. Aunque el hilo conductor de su incipiente catálogo -compuesto de ocho títulos- «es un guiño a la ciudad de París», explica el editor, «porque son libros ambienta­dos o escritos allí». En la línea parisina de joyas olvida­das se inscribe Monsieur de Bougrelon, una rareza del portento decadentista Jean Lorrain. A la que se le suma París, de Zola, todo un do­cumento del natu­ralismo que llevaba casi un siglo ausen­te en las librerías españolas. Por su parte, dos obras del surrealismo fran­cés, -hasta ahora inéditas en castella­no-, ¡La libertad o el amor!, del poeta Robert Desnos y ¿Estáis locos?, de Re­ne Crevel, confirman la razón de ser del sello. Pero una pequeña editorial inde­pendiente que apuesta fuerte por la prosa provocadora de las viejas van­guardias no lo tiene nada fácil.«Ser economista me ha servido de mucho, porque todo el romanticismo de la edición se pierde a los tres me­ses», confiesa Lázaro. «Como no te muevas, no vendes un sólo libro», ad­vierte a los incautos editores noveles, porque al trabajo de diseño, editing y gestión de derechos, se le suma el de comercial y promotor para que el ne­gocio funcione. «El problema del sec­tor es que para encaminarte necesitas publicar cada vez más y las pequeñas editoriales acabamos machacándonos entre nosotras por una cuota de mer­cado», explica. A riesgo de no poder cuidar cada obra como se merece, Lá­zaro se niega a publicar más de seis títulos al año. Pero sí se atreve a abrir su catálogo. «No descartamos publicar en un futuro literatura alemana, ingle­sa e incluso española». Por lo pronto ya se anima con las letras del exilio con dos novelas inéditas del genial almeriense Agustín Gómez Arcos: El cordero carnívoro y El niño pan. Sus próximas apuestas serán un relato de André Gide inédito en castellano, Re­cuerdos del egotismo de Stendhal y la primera novela de Klaus Mann.

16/3/08

Laura Castro Solodelibros.com François Carcopino-Tusoli, conocido como Francis Carco, fue uno de los escritores que con más ahínco se dedicaron a describir la bohemia y el hampa parisina de principios del siglo XX. Autor prolífico, alcanzó gran reconocimiento en la época y llego a ser miembro de la Academia Goncourt en 1937, pese a lo cual su notoriedad apenas ha llegado a nuestro días.Nacido en Nueva Caledonia, pasó su adolescencia en pequeñas ciudades de provincias francesas pero ya desde entonces Carco se sintió fascinado por la vida de los artistas bohemios y los hampones de París. Atraído por la gran urbe, marchó a ella decidido a vivir de la literatura, si bien compaginó esta labor con la de cantante de cabarés, en los que conoció a algunos de los artistas más relevantes de la época: Picasso, André Salmon, Manolo…Su obra, en prosa o en verso, es un canto al París arrabalero que Carco amó por encima de todas las cosas. Perfecto conocedor del medio, supo plasmarlo de una forma realista pero llena de lirismo. Como si de una fotografía se tratara, sus novelas retratan el París bohemio que desapareció tras la Gran Guerra, por lo que muchas transpiran cierto sentimiento de nostalgia. Sentimiento que también se desprende del hecho de que Carco pasó sus años de juventud en esos barrios, a los que quedó unido por ese sentimiento de melancólica añoranza que nos ata para siempre a aquellos lugares en los que fuimos jóvenes.Publicada en 1914, “Jesús el Palomo”, es una muestra relevante de la escritura de Francis Carco, en la que narra un episodio de la vida de algunos de los moradores habituales de Montmartre. Prostitutas, macarras, rateros y chaperos son los protagonistas de una historia que nos acerca a sus vidas sin juzgarlos ni entrar en consideraciones morales; antes bien, el autor nos enseña que esas gentes, cuyas vidas solemos considerar una aberración, no son sino personas comunes, preocupadas por problemas de lo más humanos.De hecho, el nombre «un jesús» designaba en la época a un chapero adolescente, generalmente homosexual, y su inclusión en la novela causó un gran revuelo en el momento de la publicación de la novela, cuando la homosexualidad masculina estaba fuertemente penada. Sin embargo, el Palomo no es una representación del vicio, sino del amor.Y es que “Jesús el Palomo” no es sino una historia de amor, con sus celos, sus traiciones, sus miedos y sus hipocresías: Fernande, una bella prostituta, se enamora de Jesús el Palomo, un chapero con el que mantendrá una relación, aprovechando que su chulo ha sido llevado a prisión por una delación anónima. La relación con Jesús poco a poco se deteriora y Fernande abandona a Jesús por Pépé el Bicho, un personaje sospechoso que lleva tiempo enamorado de ella. El desamor, la sospecha y la traición acabarán desembocado en un dramático desenlace, que sin embargo es también un acto de amor.Fernande y Jesús son los protagonistas de esta historia, que no es exclusivamente la de sus amores, pues si bien ambos son seres hechos para amar, no necesitan necesariamente que su amor sea correspondido. Su idea del amor es tan elevada, necesitan de tal manera correr detrás del amor que, cuando creen alcanzarlo, siempre comienza para ellos una etapa de infelicidad. La pasión es embriagadora mientras no se logra, cuando el objeto de sus deseos duerme a su lado, el amor vuela a posarse en otra rama y hay que comenzar de nuevo la carrera. Así ambos sustituyen a un amante por otro para añorar siempre a alguno que dejaron atrás, o anhelar a otro que esperan conseguir.Mientras tanto, la vida prosigue en un París lluvioso en el que los macarras se reúnen en los mismos cabarés donde los rateros planean sus golpes, mientras las chicas pasean las aceras bajo los faroles. [más información en http://www.cabaretvoltaire.es/carco.html ]

5/2/08

Jesús Alacid, Revista Quimera Identidad, memoria y libertad. Agustín Gómez Arcos es almeriense, de Enix. Nacido en 1933. Después de ser recolector de esparto y pastor en su infancia, consigue estudiar varios cursos de derecho en Barcelona. Pero su pasión por el teatro lo lleva a Madrid. En 1962 se le concede el Premio Lope de Vega por Diálogos de la herejía, luego la censura se lo arrebata. La obra será mutilada para la representación. Tres años más tarde, queda finalista del mismo premio con Queridos míos es preciso contaros ciertas cosas: el miedo a la censura deja desierto el primer premio. Su teatro se prohibe sistemáticamente. Es entonces cuando Arcos decide marcharse de España en busca de libertad de expresión. Animado por su amigo y actor Antonio Duque va a Londres en 1966 donde trabajará de manera precaria. Luego va a París, en 1968. En París residió hasta su muerte en 1998. Solía volver a Madrid en vacaciones. Entre las dos ciudades escribió el grueso de su narrativa, toda en francés. Dos obras cortas de Arcos se representaban en un café teatro cuando un editor preguntó por el autor al camarero. El camarero resultó ser Agustín Gómez Arcos. El editor, fascinado por las obras de Arcos, le pidió que escribiera una novela en francés, Arcos aceptó y escribió L'agneau carnivore (El cordero carnívoro). Así empezó la andadura literaria del autor almériense en Francia, donde fue reconocido con premios muy importantes, fue dos veces finalista del Goncourt y recibió la Medalla de la Legión de Honor. Su obra ha sido traducida a dieciséis idiomas. Sólo dos de sus catorce novelas Un pájaro quemado vivo (1986) y Marruecos (1991), traducidas por él mismo, se podían leer en español hasta este momento: las editoriales de entonces creían que el público español no estaba preparado para la narrativa de Arcos. Ahora, la editorial Cabaret Voltaire pretende rescatar sus novelas para los lectores hispanohablantes, ya ha publicado dos títulos: El niño pan y El cordero carnívoro. La recuperación de Arcos no se podía hacer esperar más. Entre otras cosas, porque su narrativa está dedicada a España, casi la totalidad de su extensa obra se desarrolla en la historia más reciente de nuestro país. Su mirada distanciada, desde su exilio, es una mirada crítica y emotiva, entre dos culturas, entre dos lenguas. El niño pan es un buen ejemplo de esta mirada. Arcos confesó en su momento que esta era la obra más autobiográfica que había escrito. Pero se trata, como toda ficción autobiográfica, de una reconstrucción del recuerdo, y de la identidad. La mirada de un niño de seis años es el hilo conductor del libro. Este niño «ha perdido» la guerra, su padre era el alcalde republicano y sus hermanos lucharon contra los sublevados. Ahora, su madre, panadera del pueblo, debe hacer el pan blanco que el nuevo régimen da a los niños pobres. Pero no a todos, sólo a los de familia «limpia». Este niño ve pasar el tan preciado pan blanco por delante de sus ojos, pero no puede probarlo. Gómez Arcos consigue emocionar al lector con la mirada lúcida e ingenua de este niño-pan. El narrador nos describe todo el entorno del niño, de su mano, a través de su mirada. La narración se centra en el sexto año del niño, pero la memoria salta. Las diferentes situaciones que el niño experimenta le remiten al recuerdo más reciente, a la época de la II República. De esta manera, la novela se encauza en dos sentidos bien definidos, en dos tiempos superpuestos. La reconstrucción de la memoria selecciona las vivencias más significativas para el niño en esos dos momentos de su vida, probablemente, los recuerdos del propio autor. El tiempo del pan y el tiempo del hambre, el tiempo de las melopeas caseras y el tiempo del silencio. El sentido comparativo reconstruye la tragedia de la Guerra Civil y sus consecuencias. La novela está estructurada a través del funcionamiento de la memoria. El consturcto formal de la obra es significativo en tanto que la narración es la puesta en marcha física de la memoria, de la construcción personal. Se patenta, se plasma de manera concreta un mundo interior lleno de recuerdos, de olvidos y de «recuerdos inventados», como decía Fellini. Cada capítulo desarrolla un elemento de la memoria, el padre, la calle, el pan, sin acudir a un orden cronológico; y por otra parte, cada recuerdo establece una relación referencial con un recuerdo anterior, entonces la narración va aún más lejos en el pasado. Arcos maneja a la perfección este tipo de estructura y establece así la estructura bipolar de la que hablaba antes, profundizando en las vivencias del niño-pan. La autoficción trasciende la anécdota y nos sitúa en un plano identitario. Se trata de una novela de clara filiación con la generación de los niños que «perdieron» la guerra. Esta identificación del autor se presenta sin tapujos en el libro. La narración en tercera persona se transforma en ciertos momentos y se convierte en una primera persona, ese niño se convierte en un «yo» narrador, sin que el lector se lo espere, sin más. La identidad personal se sobrepone a la ficción. De modo que la novela representa tanto una identificación personal como colectiva, al tiempo que se recupera una memoria tanto personal como colectiva. Arcos escribió a los diecinueve años una novela titulada El pan. Esta novela quedó finalista del Primer Premio Formentor de Seix y Barral, pero nunca pudo publicarse. Ya en Francia, y muchos años después, Arcos decide rescribir esta novela; publica L’enfant-pain en 1983. De esta manera, Arcos recupera su primera novela para ofrecerla al lector francés. Este gesto tiene una carga simbólica muy importante, ya que Arcos entrega esta narración, de profundo calado autobiográfico, a los lectores que hicieron posible su trabajo como escritor. Cabe resaltar que L'enfant-pain fue de lectura obligatoria en los liceos franceses durante un tiempo. Se puede hablar de un hecho de plena integración. Su primera novela francófona, El cordero carnívoro, se sitúa en el comienzo de esta integración. El libro cuenta la historia de un amor incestuoso en la posguerra española. El narrador-protagonista repasa su infancia en la casa familiar. El joven narrador vuelve de su particular exilio en Francia para encontrarse con el amor de su vida: su hermano mayor. La vida de este niño está marcada por una supuesta malformación de nacimiento: no abre los ojos hasta pasados dieciséis días. Su madre quiere llevarlo a Lourdes, busca un milagro. Entonces, el niño abre los ojos para mirar a su hermano, es el primero a quien dirige su mirada. La madre, que había puesto todo su empeño en ese milagro, queda frustrada y encierra al niño. La primera infancia la pasa enclaustrado en la casa familiar, alegoría de la España franquista. El único espacio de libertad es el cuarto que comparte con su hermano. La madre respeta esta relación: vive en otro tiempo, otra vida, la vida pasada. Una vida que se truncó con la guerra civil. Carlos, el padre del protagonista, es un exiliado interior, un «muerto en vida»: abogado republicano condenado al ostracismo dentro de la casa. La novela está marcada por la guerra fratricida y sus consecuencias. El panel de personajes se completa con un cura pedófilo y franquista, un maestro republicano obligado a vivir de las clases particulares; y una criada que perdió a su marido en la guerra y que conoce todos los entresijos de la familia. La novela está cargada de simbología: unos personajes y espacios metonímicos que representan la España que el autor quiere contar; una situación de incesto que nos remite a la génesis, posiblemente, la génesis simbólica de unos hermanos nacidos en la posguerra y que ya no están dispuestos a matarse mutuamente; los hermanos escapan del país para volver a encontrarse, la lejanía para aplacar las pasiones y volver al origen; y un final alegórico que desmonta todas las convenciones de lo políticamente correcto en el momento de su publicación. La voz del narrador nos introduce en todo ese mundo claustrofóbico y contradictorio a través de una mirada de niño. La infancia como catalizador, como filtro de todo un mundo en decadencia; pero también como portadora del amor, idílico y físico. Se trata de una novela emocionante y trasgresora, que consigue impresionar treinta y nueve años después de su primera edición. La ficción trata todos los temas que contiene con una libertad impensable en la España de 1975. En cambio, esa libertad era posible en Francia. Pero no es sólo la ausencia de censura lo que mueve a alguien a escribir con la libertad abrumadora que se descubre en este libro. También está la lejanía de su público habitual, la lejanía con respecto al lugar donde se desarrolla la novela, y la lejanía que provoca en él el uso de otra lengua como herramienta de expresión. La novela contiene lo que Arcos necesitaba decir sobre España en aquel momento. Pero no se lo decía a los lectores españoles, se lo decía a los lectores franceses, en su lengua. La novela es pura multiculturalidad: las dos culturas se entrecruzan, la lengua de una y el contenido de otra. Se trata, por lo tanto, de algo más que una narración, es un acto de culturas, donde se descubre la verdadera Europa, la miscelánea.Es importante señalar la valentía de Cabaret Voltaire al apostar por Agustín Gómez Arcos: un autor completamente desconocido en España, pero con mucho por decir.

27/1/08

CABARET VOLTAIRE en el Instituto francés de Valencia (29 de enero 2008 20:00 horas en el auditorium) El Institut français de Valencia recibe a Miguel Lazaro García y a Lydia Vázquez Jiménez para presentar ¿Estáis Locos? de René Crevel, Jesús el Palomo de Francis Carco y ¡La libertad o el amor! de Robert Desnos publicados por Cabaret Voltaire. La editorial Cabaret Voltaire es el sueño dadá de dos jóvenes editores, Miguel Lázaro y José Miguel Pomares, a través del cual nos están mostrando desde hace un año lo mejor de la literatura francesa de las “vanguardias” y del “fin de siècle”. La ciudad de París como talismán creativo, al que acuden artistas procedentes de todos los rincones del mundo dispuestos a aportar su arte y a encontrar su lugar, es el referente que utilizan para dar forma a su colección de títulos. Autores como: Cocteau, Lorrain, Carco, Desnos y Crevel forman parte hasta el momento de su catálogo, que irán incrementando con una media de unos ocho títulos al año. Sin perder el referente simbólico de París se irán abriendo, en próximas publicaciones, a otras épocas y literaturas. En una segunda línea editorial llamada Literaturas del exilio, recuperan la obra de aquellos escritores que se vieron obligados a un exilio, forzoso o creativo, tras la guerra civil española. Objeto de esta segunda línea está siendo el rescate, de la obra narrativa escrita en francés, del escritor andaluz Agustín Gómez Arcos. [ más información http://www.ifvalencia.com/es/cgi-bin/article_view.asp?sid=03020200&aid=719 ]

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