5/2/08

Jesús Alacid, Revista Quimera Identidad, memoria y libertad. Agustín Gómez Arcos es almeriense, de Enix. Nacido en 1933. Después de ser recolector de esparto y pastor en su infancia, consigue estudiar varios cursos de derecho en Barcelona. Pero su pasión por el teatro lo lleva a Madrid. En 1962 se le concede el Premio Lope de Vega por Diálogos de la herejía, luego la censura se lo arrebata. La obra será mutilada para la representación. Tres años más tarde, queda finalista del mismo premio con Queridos míos es preciso contaros ciertas cosas: el miedo a la censura deja desierto el primer premio. Su teatro se prohibe sistemáticamente. Es entonces cuando Arcos decide marcharse de España en busca de libertad de expresión. Animado por su amigo y actor Antonio Duque va a Londres en 1966 donde trabajará de manera precaria. Luego va a París, en 1968. En París residió hasta su muerte en 1998. Solía volver a Madrid en vacaciones. Entre las dos ciudades escribió el grueso de su narrativa, toda en francés. Dos obras cortas de Arcos se representaban en un café teatro cuando un editor preguntó por el autor al camarero. El camarero resultó ser Agustín Gómez Arcos. El editor, fascinado por las obras de Arcos, le pidió que escribiera una novela en francés, Arcos aceptó y escribió L'agneau carnivore (El cordero carnívoro). Así empezó la andadura literaria del autor almériense en Francia, donde fue reconocido con premios muy importantes, fue dos veces finalista del Goncourt y recibió la Medalla de la Legión de Honor. Su obra ha sido traducida a dieciséis idiomas. Sólo dos de sus catorce novelas Un pájaro quemado vivo (1986) y Marruecos (1991), traducidas por él mismo, se podían leer en español hasta este momento: las editoriales de entonces creían que el público español no estaba preparado para la narrativa de Arcos. Ahora, la editorial Cabaret Voltaire pretende rescatar sus novelas para los lectores hispanohablantes, ya ha publicado dos títulos: El niño pan y El cordero carnívoro. La recuperación de Arcos no se podía hacer esperar más. Entre otras cosas, porque su narrativa está dedicada a España, casi la totalidad de su extensa obra se desarrolla en la historia más reciente de nuestro país. Su mirada distanciada, desde su exilio, es una mirada crítica y emotiva, entre dos culturas, entre dos lenguas. El niño pan es un buen ejemplo de esta mirada. Arcos confesó en su momento que esta era la obra más autobiográfica que había escrito. Pero se trata, como toda ficción autobiográfica, de una reconstrucción del recuerdo, y de la identidad. La mirada de un niño de seis años es el hilo conductor del libro. Este niño «ha perdido» la guerra, su padre era el alcalde republicano y sus hermanos lucharon contra los sublevados. Ahora, su madre, panadera del pueblo, debe hacer el pan blanco que el nuevo régimen da a los niños pobres. Pero no a todos, sólo a los de familia «limpia». Este niño ve pasar el tan preciado pan blanco por delante de sus ojos, pero no puede probarlo. Gómez Arcos consigue emocionar al lector con la mirada lúcida e ingenua de este niño-pan. El narrador nos describe todo el entorno del niño, de su mano, a través de su mirada. La narración se centra en el sexto año del niño, pero la memoria salta. Las diferentes situaciones que el niño experimenta le remiten al recuerdo más reciente, a la época de la II República. De esta manera, la novela se encauza en dos sentidos bien definidos, en dos tiempos superpuestos. La reconstrucción de la memoria selecciona las vivencias más significativas para el niño en esos dos momentos de su vida, probablemente, los recuerdos del propio autor. El tiempo del pan y el tiempo del hambre, el tiempo de las melopeas caseras y el tiempo del silencio. El sentido comparativo reconstruye la tragedia de la Guerra Civil y sus consecuencias. La novela está estructurada a través del funcionamiento de la memoria. El consturcto formal de la obra es significativo en tanto que la narración es la puesta en marcha física de la memoria, de la construcción personal. Se patenta, se plasma de manera concreta un mundo interior lleno de recuerdos, de olvidos y de «recuerdos inventados», como decía Fellini. Cada capítulo desarrolla un elemento de la memoria, el padre, la calle, el pan, sin acudir a un orden cronológico; y por otra parte, cada recuerdo establece una relación referencial con un recuerdo anterior, entonces la narración va aún más lejos en el pasado. Arcos maneja a la perfección este tipo de estructura y establece así la estructura bipolar de la que hablaba antes, profundizando en las vivencias del niño-pan. La autoficción trasciende la anécdota y nos sitúa en un plano identitario. Se trata de una novela de clara filiación con la generación de los niños que «perdieron» la guerra. Esta identificación del autor se presenta sin tapujos en el libro. La narración en tercera persona se transforma en ciertos momentos y se convierte en una primera persona, ese niño se convierte en un «yo» narrador, sin que el lector se lo espere, sin más. La identidad personal se sobrepone a la ficción. De modo que la novela representa tanto una identificación personal como colectiva, al tiempo que se recupera una memoria tanto personal como colectiva. Arcos escribió a los diecinueve años una novela titulada El pan. Esta novela quedó finalista del Primer Premio Formentor de Seix y Barral, pero nunca pudo publicarse. Ya en Francia, y muchos años después, Arcos decide rescribir esta novela; publica L’enfant-pain en 1983. De esta manera, Arcos recupera su primera novela para ofrecerla al lector francés. Este gesto tiene una carga simbólica muy importante, ya que Arcos entrega esta narración, de profundo calado autobiográfico, a los lectores que hicieron posible su trabajo como escritor. Cabe resaltar que L'enfant-pain fue de lectura obligatoria en los liceos franceses durante un tiempo. Se puede hablar de un hecho de plena integración. Su primera novela francófona, El cordero carnívoro, se sitúa en el comienzo de esta integración. El libro cuenta la historia de un amor incestuoso en la posguerra española. El narrador-protagonista repasa su infancia en la casa familiar. El joven narrador vuelve de su particular exilio en Francia para encontrarse con el amor de su vida: su hermano mayor. La vida de este niño está marcada por una supuesta malformación de nacimiento: no abre los ojos hasta pasados dieciséis días. Su madre quiere llevarlo a Lourdes, busca un milagro. Entonces, el niño abre los ojos para mirar a su hermano, es el primero a quien dirige su mirada. La madre, que había puesto todo su empeño en ese milagro, queda frustrada y encierra al niño. La primera infancia la pasa enclaustrado en la casa familiar, alegoría de la España franquista. El único espacio de libertad es el cuarto que comparte con su hermano. La madre respeta esta relación: vive en otro tiempo, otra vida, la vida pasada. Una vida que se truncó con la guerra civil. Carlos, el padre del protagonista, es un exiliado interior, un «muerto en vida»: abogado republicano condenado al ostracismo dentro de la casa. La novela está marcada por la guerra fratricida y sus consecuencias. El panel de personajes se completa con un cura pedófilo y franquista, un maestro republicano obligado a vivir de las clases particulares; y una criada que perdió a su marido en la guerra y que conoce todos los entresijos de la familia. La novela está cargada de simbología: unos personajes y espacios metonímicos que representan la España que el autor quiere contar; una situación de incesto que nos remite a la génesis, posiblemente, la génesis simbólica de unos hermanos nacidos en la posguerra y que ya no están dispuestos a matarse mutuamente; los hermanos escapan del país para volver a encontrarse, la lejanía para aplacar las pasiones y volver al origen; y un final alegórico que desmonta todas las convenciones de lo políticamente correcto en el momento de su publicación. La voz del narrador nos introduce en todo ese mundo claustrofóbico y contradictorio a través de una mirada de niño. La infancia como catalizador, como filtro de todo un mundo en decadencia; pero también como portadora del amor, idílico y físico. Se trata de una novela emocionante y trasgresora, que consigue impresionar treinta y nueve años después de su primera edición. La ficción trata todos los temas que contiene con una libertad impensable en la España de 1975. En cambio, esa libertad era posible en Francia. Pero no es sólo la ausencia de censura lo que mueve a alguien a escribir con la libertad abrumadora que se descubre en este libro. También está la lejanía de su público habitual, la lejanía con respecto al lugar donde se desarrolla la novela, y la lejanía que provoca en él el uso de otra lengua como herramienta de expresión. La novela contiene lo que Arcos necesitaba decir sobre España en aquel momento. Pero no se lo decía a los lectores españoles, se lo decía a los lectores franceses, en su lengua. La novela es pura multiculturalidad: las dos culturas se entrecruzan, la lengua de una y el contenido de otra. Se trata, por lo tanto, de algo más que una narración, es un acto de culturas, donde se descubre la verdadera Europa, la miscelánea.Es importante señalar la valentía de Cabaret Voltaire al apostar por Agustín Gómez Arcos: un autor completamente desconocido en España, pero con mucho por decir.