15/5/08

CABARET VOLTAIRE publica Ferdinand, un relato erótico inédito de André Gide aparecido en Francia en 2002 (Le Ramier, Gallimard 2002). Edición ilustrada por Ricardo Fumanal y traducida por Lydia Vázquez Jiménez.
Entre los papeles de mi padre, encontré una pequeña novela erótica, fechada en 1907, titulada Le Ramier, La paloma torcaz. Por distintas razones, de amistad o de moralidad, Gide no la publicó. Atraído por nuevas aventuras e importantes trabajos, acabaría probablemente olvidándose de este texto. En cuanto al episodio que narra, ciertamente no necesitaba verlo publicado para recordarlo. Basta leerlo para darse cuenta del placer que le procuró vivirlo y relatarlo. ¿Puede conmovernos, aún hoy, esta iniciación amorosa? Desde luego la connivencia de uno y otro partenaire nos comunica una sensación de frescura y de poesía, y el relato transmite al lector la emoción del descubrimiento erótico, el regocijo de la complicidad, la victoria del deseo y el placer compartidos. Me parece éste un texto rebosante de alegría de vivir. No hay en él atisbo de perversidad. Confirma que es injusto y falso hablar de «comportamientos orgiásticos» en el caso de Gide. No era su estilo. He aquí pues un relato rico en matices, púdico, en un momento en que florecen multitud de publicaciones donde triunfa la sexualidad más cruda. Razón de más para editarlo. Catherine Gide Primavera de 2002

2/5/08

M. Carmen Molina Romero Çédille. Revista de estudios franceses, nº 4 (2008) Traducción y memoria histórica: El niño pan de Agustín Gómez Arcos. Es posible considerar hoy en día la traducción como un medio más encaminado a la recuperación y conciliación de la memoria histórica que se está realizando en nuestro país. De este modo pueden contemplarse las traducciones al español y la recepción de la obra de algunos escritores exiliados que, por decisión propia y/o empujados por las circunstancias literarias y editoriales, optan por escribir y publicar toda o parte de ellas en lengua francesa. Entre la lista de escritores transpirenaicos que, en el siglo XX, decidieron franquear también la frontera lingüística, se encuentran nombres de la talla de Jorge Semprún, Michel del Castillo, Rodrigo de Zayas, Agustín Gómez Arcos o del recientemente fallecido José Luis de Vilallonga. Los ejemplos de literatos aclimatados en Francia se atestiguan ya desde la época ilustrada. Al desertar de la lengua materna y convertirse al francés, todos ellos comparten un espacio literario marginal, especie de limbo literario, que no llega a formar parte ni de una ni de otra literatura y vida nacional. Estos raros especimenes hispanos naturalizados en Francia y en su panorama literario, han quedado confinados bajo el sospechoso término de «afrancesados». Afrancesamiento que no francofonía, por lo que supone la vinculación intrínseca entre literatura, nación y lengua, indisociablemente unidas por un conformismo literario que hoy es necesario revisar. La escritura afrancesada que emerge en el último siglo es doblemente exiliada, pues al exilio real que le tocó vivir a esta generación de escritores por el traumatismo de la guerra civil, se suma el exilio «voluntario» de la lengua materna. Este último exilio es, al fin y al cabo, un aspecto que compete esencialmente al plano de la expresión (según la glosemática) o a la sustancia misma del significante (según la terminología de Saussure). Pero, por su contenido, estas voces francesas siguen siendo españolas, pues se arraigan con fuerza en los recuerdos de la infancia y en una honda preocupación e interés por España. La solidaridad normal existente entre expresión y contenido parece, en esta forma de expresión, haberse resquebrajado y de esta fractura arranca su «hibridez» cultural. En primer lugar, la experiencia común de guerra y de exilio marca profundamente la infancia de esta generación de escritores de expresión francesa. Los recuerdos ligados a la lucha fratricida y a la posguerra franquista afloran en una escritura con una marcada propensión hacia la búsqueda de la raíces y de la identidad. Algunos de ellos ahondan además en otras experiencias de guerra, de campos de concentración y en el genocidio, como Michel de Castillo y Jorge Semprún. Otros lo hacen a través de la historia y de su revisión, como Rodrigo de Zayas, quien desenmascara el racismo de estado e intenta poner de manifiesto las conexiones y analogías entre la expulsión de judíos y moriscos de España con el holocausto de la Segunda Guerra Mundial. Discursos por tanto marcados, unas veces más por compromisos identitarios, otras más por políticos o históricos; estas voces se alimentan de la memoria biológica del individuo pero también de aquella que conforma el pasado reciente y lejano de la memoria española. [ver artículo completo...]