20/12/09

Hora 25 Cadena Ser Angels Barceló / Álvaro Zamarreño (15 12 2009)
Reconocer la homosexualidad en Marruecos
Cuando se habla del mundo árabe o musulmán son muchos países, sociedades y religiones diferentes. No es lo mismo Arabia Saudí que un país mucho más abierto como Líbano o Marruecos. Precisamente de allí es el escritor Abdala Taia, que acaba de publicar en España su libro 'Mi Marruecos'. Él fue el primero en reconocer públicamente su homosexualidad. Y aunque vive auto-exiliado en París, viaja frecuentemente a su ciudad natal, donde se considera que tiene una cierta protección desde el poder.
Taia atendió a Hora 25 desde la casa de su familia en Marruecos. ¿Si se siente un protegido? "Yo estoy apoyado por la prensa, por periódicos como Tel Quel o Le Journal, por jóvenes que se reconocen en ese gesto, que para nada son homosexuales pero sí se ven reflejados en ese desafío a la sociedad de no esconderse detrás de la ficción o de las películas o de las canciones", ha respondido.
En sus novelas habla de las historias de su propia biografía, cuando siendo niño se dio cuenta de que le gustaban sus compañeros, de sus primeras relaciones, de los abusos a menores. Fue silenciado, ignorado, aunque dice que, como individuos, todos los marroquíes son ignorados. Pero no se resigna a ser víctima.
"No soy una víctima en absoluto. Una víctima es alguien al que sólo le queda perder, llorar y no hacer nada. Hace mucho comprendí que no quería ser la víctima en que la sociedad marroquí quería convertirme. He comprendido que ellos, la sociedad, mi familia, mis amigos no me van a ayudar en cuanto a lo que soy. Así que esperé al momento de revelarme para ser quien soy".
Dice que todo eso de Internet y los chats está muy bien, pero que sólo si los jóvenes de verdad entienden lo que significa su libertad podrán hacer avanzar a su país. Es el mensaje final que les deja. "Sed osados: He publicado un libro, Carta a un joven marroquí, que se repartió el verano pasado gratis. En ese libro les pido a los jóvenes que salgan de la banalización del país. Que sean osados de verdad, que se muestren desnudos, que no esperen el beneplácito del rey, de papá o mamá. Que estamos en un periodo histórico, es nuestra identidad, es nuestro combate como sociedad para poder hablar, para poder ser".

6/12/09

Félix Romeo ABCD (21 11 2009)
Rápido, rápido
(...) BASURA AMERICANA. Más que Moncure March me interesa Abdelá Taia, y afortunadamente ya está bien traducido. Acaba de salir Una melancolía árabe (Alberdania) y ya está en las librerías Mi Marruecos (Cabaret Voltaire). Taia (Marruecos, 1973) se ha convertido en el gran defensor de la libertad en su país. No sólo de la libertad sexual, también de la libertad de pensamiento, la libertad de movimiento, la libertad de expresión...
Mi Marruecos es un retrato de infancia y la historia de cómo se fue haciendo escritor. Me encantan las referencias a la cultura popular: el cine de Bruce Lee y Bollywood, la radio en español de Tánger... a la búsqueda en la basura de los americanos de una base cercana a su pueblo. Me encanta cómo persigue a algunos escritores, sin tocarlos, en especial a Mohammed Chukri y a Paul Bowles, hasta que consigue, años más tarde y ya en Europa, tocar al que considera su maestro, Jean Starobinski, para hacerse con su baraka, su fortuna.
Escribe Taia, en París: «Esta libertad es excepcional, pues la acompaña la suerte, y eso es algo de lo que hemos de ser conscientes, y no olvidarlo nunca».
ASILO. Pienso en Taia y pienso que Francia es un gran asilo de perseguidos: allí pueden crear en libertad y en un mercado ansioso por conocer el mundo. Pienso en las iraníes Marjane Satrapi y Chahdorr Djavann, en el chino Gao Xingjian, en la cubana Zoé Valdés...
BANDA SONORA. Abdelá Taia habla en Mi Marruecos de las canciones marroquíes que grabó Paul Bowles. Me entran muchas ganas de escucharlas, pero no están en Spotify. Sí hay otras piezas del americano: treinta y tres, grabadas por EOS Orchestra bajo el título de The Music of Paul Bowles.
Me cuelgo con The Wind Remains, la zarzuela que en los años cuarenta compuso sobre textos de Así que pasen cinco años, de García Lorca. Se estrenó en Nueva York en 1943, dirigida por Leonard Bernstein, y los decorados iban a ser realizados por Dalí, pero no fue así. ¿A alguien se le ha ocurrido volver a montarla?

8/11/09

Eva Díaz Pérez Revista Mercurio
El flâneur de Venecia
Para Henri de Regnier, Venecia fue algo más que una ciudad-refugio o el escenario hermoso y decadente ideal para ser contado por un dandy del fin de siècle. La Venecia de Regnier es la ciudad ya archinarrada por haber sido atrapada en lienzos, partituras, fotografías postales y páginas. Es la ciudad que, perdida ya su gloria tras la decadencia del siglo XVIII, entra en el XIX para convertirse en ciudad cantada y contada. Regnier llega a finales de siglo con desconfianza, con la sospecha de viajar a un lugar donde ya no es posible tener una mirada virgen.
Sin embargo, Venecia no decepcionó al escritor. Cuentos venecianos (1927) y Esbozos venecianos (1906) –reunidos ahora por la editorial Cabaret Voltaire en el volumen titulado Venecia– conforman una excepcional topografía literaria, unos paseos venecianos que aún guardan el misterio, la posibilidad de recorrer la parte de atrás de la postal. Regnier es un ejemplo perfecto del paseante, el flanêur y divagador perdido en ese misterio veneciano: "Me metí en uno de esos rami sin salida y que desembocan en un rio ante el que es obligado desandar lo andado". Esos son los caminos venecianos propuestos por este autor que se confesó "venecianizado".
Henri de Regnier (Honfleur, 1864-París, 1936) cuenta con una placa en Venecia que recuerda su paso por la ciudad, en la Ca’Dario: "In questa casa antica dei dario / henri de régnier / poeta di francia / venezianamente visse e scrisse / anni 1899 e 1901". Porque la Venecia de Regnier –entre el apunte descriptivo y la literaturización del pasado– es la ciudad de los palacios que se alquilan por partes como remiendos de una gloria pasada. Son esas viejas mansiones con salitre en las paredes, escalones gastados por el roce traidor de las aguas y salones de ajados terciopelos rojos y ambarinos con irregulares pavimentos de mosaicos, los estucos ennegrecidos y espejos velados por las sombras del pasado.
Esta Venecia de bella ruina es el escenario ideal para el modernismo decadente de Regnier, un escritor criado en las fiebres del simbolismo, discípulo de Mallarmé y asiduo de su tertulia de los martes en la Rue de Rome con Jean Moreás, Francis Vielé-Griffin y René Ghil.
Regnier, hijo de la brumosa Normandía, pasea por las nieblas venecianas de la Casa deglo Spiriti, en la parte de la laguna que llaman muerta, y reside en uno de los palacios de los Altinengo, el que está frente al Campo dei Carmini, y donde sucede la inquietante historia de El aparecido.
Esta edición de Cabaret Voltaire, que cuenta con la traducción de Juan José Delgado Gelabert –buen conocedor de los autores franceses que quedaron fascinados con Venecia–, aporta numerosas fotografías actuales y de la época de Henri Regnier. Los documentos visuales permiten que el lector reconozca los escenarios descritos por el autor y también evocan el espíritu de los libros de Regnier, que solían aparecer ilustrados. Sin duda, un libro que puede servir como curiosa guía literaria de Venecia.
Regnier se detiene ante los espejos venecianos y cuenta sus historias, pasea por los viejos jardines, se pierde para toparse con la Venecia de Longhi o de Canaletto o se sienta en el Café Florian "con sus salas pintadas y sus banquetas de terciopelo" y pide, como gran dandy, un ponche de alquermes. Ese sabor de canela, y musgo de la laguna, de sombras que no se han ido del todo es el que deja la lectura de estos relatos y esbozos de Regnier quien parece despedirse como lo hace el espectro de uno de sus relatos: "Que nuestra Venecia os sea dulce".

31/10/09

Luis Antonio de Villena Decadencias EL MUNDO (28 10 2009)
Marruecos secreto
Abdelá Taia (Salé, 1973) es el único escritor marroquí oficialmente homosexual. Hace poco –ha sido un fenómeno mediático en casi toda Europa- declaró a una revista francesa: “En Marruecos se puede vivir la homosexualidad, pero no se puede decir.” Quienes hemos visitado el país hasta hace unos años, tan acogedor además, sabíamos eso perfectamente. Creo que también lo sabían André Gide, Roland Barthes y hasta Paul Bowles , un escritor mítico para Taia… Abdelá Taia, que desde hace años vive en París y escribe en francés (que no era su lengua materna, como no lo es de casi ningún marroquí y sobre todo de ningún pobre) no tendrá fácil y aconsejable retornar por ahora a su país, donde el islamismo cerrado crece, como en tantos países árabes. Taia, un joven bien parecido de orígenes humildes, decidió aprender francés y utilizarlo para luchar con las mismas armas –o casi- que los poderosos. Una beca le llevó a Ginebra en 1998, para estudiar con el gran crítico suizo Jean Starobinski, y ahí empezó a decir adiós a su país de origen, que va con él (quién lo duda) pero donde le será difícil volver por hipocresía sexual. En Marruecos hay otro escritor gay –traducido en Europa- Rachid O., pero se trata de un pseudónimo y nadie sabe quién está detrás. Ahora Cabaret Voltaire acaba de editar la primera novela de Taia, “Mi Marruecos” que no es tal novela, sino la sencilla y muy emotiva evocación, en cortos y sabrosos capítulos, de su infancia y primera juventud marroquí en un pueblo humilde casi pegado a Rabat. Sentimos un mundo antiguo y muy humano, donde las familias viven hacinadas, y el amor y los hechizos, la religión y las prácticas superticiosas, se dan la mano. Donde las mujeres (fuertes y listas, como M’Barka, la madre del autor) valen menos que los hombres y donde –sin decir nada- el jovencito afeminado es objeto de placer sexual de hombres y machos tanto en el “hammam” (el baño público, donde se va por sexos) como en la escuela y aún en la familia, especialmente con el hermano mayor y más viril. No acusemos de nada, esto es allí muy normal y por eso un chico no tiene porqué hacer ascos a un turista, pero siempre en silencio. En “Mi Marruecos” Taia sugiere más que cuenta, pero eso lo ha hecho ya en posteriores libros como “El Ejército de Salvación”, también editado en español pero en una minoritaria editorial vasca. El Fenómeno Taia merece ser seguido, porque va sugiendo despacio y firme un escritor de valía (que también quiere ser cineasta, “Mi Marruecos” sería una bella película) hasta su último libro por hoy, “Una melancolía árabe”. ¿Escritor francés o escritor marroquí? La pregunta comporta más de lo que parece. Taia ha abierto la puerta de un serrallo masculino, que si llamaba la atención ocasional del turista, era silenciosamente normal para la población local. ¿Y entonces? Otro escritor marroquí, ya fallecido, el muy putero Mohamed Chukri, al que conocí en Tánger, también apuntaba algo de eso en su novela biográfica “El pan desnudo”. Pero Chukri, aunque vividor y liberal, era heterosexual y escribía en árabe. Amigo de Jean Genet, por lo demás. “Mi Marruecos” nos lleva a un primitivo mundo de cálida intimidad y al joven que tiene que romper con él, para vivir (lejos) su identidad sexual.

25/10/09

CABARET VOLTAIRE publica Mi Marruecos de Abdelá Taia
En esta novela Abdelá Taia nos presenta una cierta realidad social y cultural marroquí, desprovista de todo tinte pintoresco y que se halla no obstante anclada en el paisaje magrebí. Un paisaje urbano en un mundo casi rural. Abdelá es hijo de la ciudad, de la ciudad mestiza. Pero en esa ciudad, tocada por la modernidad, minada por la pobreza, atravesada por corrientes diversas, perviven numerosos misterios marroquíes: los brujos, el hammam, la baraka, la ziara. Los cuerpos, las influencias secretas, el destino, la suerte, los adivinos y los santos. Abdelá observa, desde París, ese mundo que lo rodeaba de niño, con el mismo amor, y trata de reencontrarse con una tierra que sus sentimientos más profundos nunca abandonaron.
Abdelá Taia, escritor marroquí de lengua francesa, nace en Salé, Marruecos, en 1973, en el seno de una familia numerosa. Desde muy niño, por la profesión de su padre, trabajador en la Biblioteca General de Rabat, entra en contacto con los libros. Ese amor que siente hacia las letras le llevará a estudiar literatura francesa en las Universidades de Rabat, Ginebra y París (Sorbonne). Ciudad esta última que lo acoge, y donde residirá desde 1998. Ha publicado hasta el momento cuatro novelas: Mi Marruecos (2000), Le rouge du tarbouche (2005), El Ejército de Salvación (2006) y Una melancolía árabe (2009).

24/10/09

Luis Antonio de Villena Decadencias EL MUNDO (07 10 2009)
Cocteau y el joven perverso
Como Robert L. Stevenson (aunque desde ángulos muy distintos) Jean Cocteau (1889-1963) pudo reclamar para sí con toda justicia el título de Advocatus iuventutis o sea Abogado de la juventud. Amante de los jóvenes y eternamente joven, Cocteau fue una de las figuras más originales de la literatura francesa del XX, y tan plural que pintó, hizo cine, fue poeta, y además dramaturgo y novelista. Gay confeso, también, con su célebre frase: «Pertenezco a la raza de los acusados».
Siempre moderno, siempre pirueteando con un guapo al lado, muchos le tuvieron por frívolo y hasta por colaboracionista (él enseñó París al gran escultor Arno Brecker, que trabajó para el nazismo). Supo pasear dandísticamente por los salones y las señorías de la derecha, pero tuvo una moral personal y singular, que cuadraría más a la izquierda. Ese papel de derechista, homosexual, vanguardista y opiómano, creo que es una exclusiva de Francia. En nuestra España (incluso hoy) un señorito así causaría el patatús de Rouco Varela…
La editorial barcelonesa Cabaret Voltaire acaba de editar la primera de las novelas modernas de Jean Cocteau, Le grand écart (1923), traducida como La gran separación, con los dibujos originales del autor. Quizá fue en La gran separación (Cocteau ya se había enamorado joven de su compañero de liceo Raymond Dargelos, que sería el macho y bello «alumno Dargelos» de tantos de sus libros, y había sido novio del llameante y efímero novelista Raymond Radiguet) cuando en la figura del protagonista de la novela, Jacques Forestier, inventa a ese tipo de muchacho o jovencito que tanto triunfa en nuestros días: Atractivo, ambiguo, sin dirección fija y con pocos ideales, seductor, coqueto, transgresor y narciso. Un chico a caballo entre los mitos modernos del bello tenebroso y desde luego del bad boy y aún del toy boy para decirlo todo.
Un chico desideologizado pero libre, atrevido en su enfrentar la vida, que quiere aparentar maldad más que realmente poseerla, y que atrae por igual a sus compañeros y a sus amiguitas. Un chico que juega con su atractivo físico (como antes sólo hacían las chicas), que puede pintarse los ojos y las uñas, y que susurra la frase más provocadora del eros moderno: «Ven, amor, conmigo te perderás». ¿Quién lo resiste?
A este emblema que, en su forma más moderna, nace con La gran separación, Cocteau le llamó enfant terrible que bien podría traducirse como chico malo (bad boy). Lo llevó a su máxima expresión en su preciosa novela de 1929, Les enfants terribles, donde los hermanos adolescentes Paul y Elisabeth juegan al amor y a la muerte, bajo el hechizo del «alumno Dargelos» cuyas piernas fuertes y rodillas les fascinan. (¿Fue Cocteau un fetichista de las rodillas jóvenes, tan presentes en libros y filmes?)
Esta singular novela fue llevada al cine por el gran (y algo olvidado) Jean-Pierre Melville, teniendo por protagonista al guapo novio del Cocteau de entonces, Édouard Dermit, que está también en la portada de La gran separación. La pregunta obviamente es: ¿Qué oscuro signo en cada uno de nosotros otorga -aún hoy- éxito y benevolencia y deseos al chico malo? ¿Dónde está su embrujo? Léanlo y juzguen.

19/9/09

CABARET VOLTAIRE publica La gran separación de Jean Coteau
La gran separación (1923) es una novela de educación sentimental, trata del drama de una unión problemática, de una «partida» amorosa que desde un principio se presenta «desigual»: el primer amor de un adolescente, Jacques Forestier, y uno de los múltiples caprichos de Germaine Râteau, de mayor edad, «curtida por la experiencia» y de corazón voluble.
«Toda mi obra gira en torno al drama de la soledad y de las tentativas del hombre por vencerla. En La gran separación, ésta se muestra sin artificios (salvo los de los accesorios de mi juventud) y, por así decirlo, completamente desnuda.» Jean Cocteau

28/8/09

Cecilia Dreymüller Babelia EL PAIS
Berlín, a mediados de los años veinte: la capital alemana de la diversión y del vicio, la ciudad de los tugurios barriobajeros del Ángel Azul y, al mismo tiempo, la urbe modelo de Metrópolis, fabril, ultra moderna, de ritmo frenético. Pocos lugares en la Europa de entreguerras rezuman semejante potencia intelectual y creativa. La ciudad se ha convertido en un hervidero de genios y bohemios, nuevos ricos y proletarios politizados, mujeres emancipadas y bellezas venales. Tan electrizante como dura, Berlín es un crisol de clases, razas e ideologías que ha inspirado más de una novela extraordinaria, la primera de todas, Berlín Alexanderplatz, de Doblin.
Aunque probablemente ninguna de ellas posea el apasionamiento y el idealismo juveniles de La danza piadosa, de Klaus Mann. Escrita por el hijo mayor de Thomas Mann a los 19 años, respira toda la fascinación del recién llegado escritor en ciernes por la intensidad de la vida berlinesa, los bajos fondos y los placeres prohibidos. Y contiene una fervorosa declaración de principios a favor de los placeres amorosos y contra las convenciones de la moral sexual. Pues La danza piadosa no solamente rinde un homenaje a una ciudad y acomete un retrato perspicaz de una generación de jóvenes alemanes perdidos en el caos de la posguerra, sino constituye una de las primeras "novelas homosexuales".
Una época convulsiva, de galopante crisis económica y de grandes "confusiones", advierte el autor en el prefacio, se refleja en la existencia del protagonista, un candido joven de buena familia que llega a Berlín con el propósito de ser pintor. La vocación artística pronto se diluye en las juergas nocturnas con chaperos y cupletistas; el talentoso Andreas empieza a trabajar en un chabacano cabaret, donde se enamora sin perspectiva de un vivalavirgen desvergonzado. Klaus Mann, "el niño prodigio de su generación" y gran autobiógrafo, dibuja aquí, con levedad juguetona y sabiduría precoz, una primera imagen irónica de sí mismo. La artificialidad de los ambientes y el tono exaltado —atenuado en la solvente traducción de María Luz Blanco— no desmerecen de ninguna manera este relato sensual y sugestivo.
Luis Antonio de Villena Expansión
Venecia
Desde principios del siglo XIX (fenecida la República Serenísima) la ciudad de los canales adriáticos nunca ha dejado de ser una ciudad turística, y a menudo, como en los veranos, abarrotada. No estoy, por tanto, aconsejando un viaje canicular a Venecia -es mucho mejor en primavera o en otoño- y máxime con la famosa insalubridad del siroco. No, quiero proponerles que lean un bonito, lírico y muy esteticista volumen del poeta simbolista Henri de Régnier (estaba entre Verlaine y Mallarmé, fue académico) que acaba de publicar Cabaret Voltaire -Barcelona- recogiendo dos partes distintas: los Cuentos venecianos, más tardíos, de cuando ya la moda del simbolismo acababa, pero sobre todo los deliciosos Esbozos venecianos (1906) que tiene algo de relato evocativo y no poco de suave poema en prosa. Ahí, breve y jugosamente, a través de objetos antiguos, escenas varias y visitas a palacios o a ocultos canales desvencijados, surge para nosotros -limpísimo y mágico- el espíritu y la imagen de una Venecia finisecular que aún vemos (no ha habido grandes obras) pero tampoco podemos gozar del todo, si no es -en parte- imaginativamente. Quien nos hace de refinado guía, Régnier (1864-1936) fue uno de esos exquisitos estetas de entresiglos, con monóculo, alto, delgado, hiperestésico, como le gustaba decir a Rubén Darío, un personaje, en fin, como sacado de una novela de góticos crepúsculos, que naturalmente tuvo a Venecia como a una patria del alma. Los Esbozos venecianos son una delicia, y seguro estoy así, de que cuando vayan o vuelvan a la vieja y augusta Serenísima, buscarán, no el camino de los turistas, sino el de los canales recónditos, el de los 'campi' solitarios, y hasta el de los anticuarios donde encontrar un viejo tintero de Murano, color granada. Una bella evocación del esplendor pasado. Háganme caso.
Raül De Tena H magazine
El sirviente
Que aprendan esos escritorzuelos que piensan que un libro de menos de 600 páginas es poco más que un panfleto. A Robin Maugham le bastan escasas cien hojas para transmitir la inquietante y oscura relación que se establece entre un hombre y su mayordomo en el Londres de después de la Segunda Guerra Mundial. Con una prosa ágil y casi translúcida, el autor se adentra en las fauces de un lobo particularmente siniestro: escrito en una época en la que la inmoralidad era castigada con el ostracismo social, Robin Maugham no tiene miedo a mancharse de barro los bajos de los pantalones a la hora de transitar por un terreno ambiguo en el que la comodidad que le proporciona el sirviente a su amo no dista demasiado de las relaciones paterno-filiales, de pareja e incluso sadomasoquistas (por la carga de necesidad que comporta). Harold Pinter llevaría la historia a la gran pantalla en 1963, con Dirk Bogarde y James Fox como protagonistas. Pero, vista la extensión y las bondades del manuscrito original, no tienes excusa.

26/8/09

Laura Castro solodelibros.com
Robin Maugham logra en el El sirviente crear una parábola acerca de la debilidad humana y de lo fácil que suele resultar abandonarse pendiente abajo. Y para ello no se sirve de un pesado tono moralizante, sino de una historia ligera, que atrapa la atención del lector por su planteamiento inusual.
Richard Merton actúa como narrador y testigo de la decadencia de su amigo Tony, que acaece después del reencuentro de ambos en el Londres de la posguerra. Merton construye la historia a través de lo que él mismo vio y lo que terceras personas le contaron y, raras veces, narra lo que el propio Tony le contó al respecto de su historia. Tal vez por eso le falta a “El sirviente” algo de tensión, una perspectiva que se sitúe más próxima a la degeneración de Tony, que le siga los pasos de cerca, explicándola pormenorizadamente y volviendo más aprehensible para el lector lo que de miseria moral hay en ella. Pero no obstante lo anterior, el narrador logra transmitir una idea clara de los sucesos y resulta sencillo hacerse una idea de las motivaciones del desgraciado Tony quien, poco a poco, va deslizándose hacia el vicio.
La originalidad de “El sirviente” radica en lo atípico de la adicción de Tony, cuyo hábito malsano no es otro que la comodidad. Su tendencia a la molicie se verá refrendada por la solicitud de su nuevo criado, quien poco a poco irá convirtiéndose en el señor de su amo. Imperceptiblemente, irá modificando sus rutinas so pretexto de hacer su vida más cómoda, hasta que Tony sea completamente dependiente de él.
Acierto del autor es servirse de un narrador que únicamente ve al protagonista de manera intermitente, de forma que cada vez que Richard Merton se reencuentra con su amigo, puede apreciar los cambios acontecidos. De este modo, lo que pierde el relato en cuanto a lo que podría ser una morosa escalada de la intensidad dramática, lo gana por otra parte en agilidad y precisión.
La novela ofrece así una enseñanza sobre la forma en que el ser humano se abandona y sacrifica todo por un vicio. El vicio es en este caso la comodidad, y aunque puede parecer una adicción baladí, deja de serlo desde el momento en que Tony está en manos de su sirviente, que es quien se la procura. Al ceder a su criado el dominio de su vida, de sus costumbres y de sus ideas, queda patente su debilidad de adicto. De hecho, la magnitud de la degeneración de Tony se plasma en la idea escandalosa de la abolición de las barreras sociales que deben separar a amo y criado.
La historia se complica además con el romance que Tony mantiene con una menor que, presuntamente, es sobrina de su criado. Este suceso dejará como secuela el gusto del protagonista por las muchachas púberes, que su fiel criado se encargará de conseguirle e, incluso, compartirá con él. Pero este hilo de la trama, con el que Robin Maugham pretendía tal vez incidir en la degradación moral de su protagonista y en su total dependencia de la tétrica figura del sirviente, resulta quizá una vuelta de tuerca innecesaria. No le resta interés, pero la novela llegaría a buen término aun sin ese matiz, gracias a que es una historia bien planteada y bien resuelta.

12/7/09

Eva Díaz Pérez EL MUNDO
El rescate del último exiliado
Agustín Gómez Arcos sabía que era un escritor fantasma -por estar iné­dito en castellano-, un excluido, un marginado incluso de las historias oficiales de los exiliados, entre otras cosas, porque el suyo fue un auto-destierro, una huida en el tardofranquismo ante la imposibilidad de pu­blicar sus obras de teatro y repre­sentarlas.
Este autor lúcido y rabiosamente comprometido, de prosa desgarrada llena de alegorías narrativas decidió formar parte de esa saga de audaces escritores que han protagonizado la terrible exiliatura literaria del siglo XX. Él lo hizo en 1968 y su patria de acogida, Francia, le dio todo lo que le negó España. Aunque es posible que el tiempo haga justicia.
La editorial Cabaret Voltaire deci­dió hace algún tiempo crear una co­lección de rescate centrada en la obra de Agustín Gómez Arcos (Enix, Almería, 1933-París, 1998). Hoy se presentará en la FNAC de Sevilla la tercera de las obras del es­critor almeriense recuperadas por esta editorial, Ana no (1977) des­pués de haber publicado El cordero carnívoro y El niño pan.
Y es que Gómez Arcos pasó de ser dramaturgo español a novelista francés. De hecho, es un escritor prácticamente inédito en su país natal, ya que él sólo realizó dos auto-traducciones, Un pájaro quemado vivo (Debate, 1986) y Marruecos (Mondadori, 1991).
Para poder escribir sobre España en francés optó por enmudecer du­rante nueve años, hasta que pudo conocer a la perfección el francés y escribir en este idioma. A pesar de escribir en francés, Gómez Arcos no renunció a su me­moria española. Sus obras son una profunda radiografía de España que, por cierto, gozaron de éxito en Fran­cia llegando incluso a que su libro Ana no formara parte del programa oficial de bachillerato.
Ana no es parte de una trilogía de la posguerra junto a El cordero car­nívoro y María República y cuenta la historia de una madre que recorre España -a pie y siguiendo las vías del tren- para visitar en la cárcel al único hijo que le queda vivo. Los otros dos y su marido fueron fusila­dos en la Guerra Civil.
La traductora de Ana no, la profe­sora de la Universidad de Granada Adoración Elvira, asegura que la historia de Ana no -nombre simbó­lico de Ana Paucha- es una leyenda que circulaba por la España de la posguerra. «Gómez Arcos dice en la dedicatoria que la historia se la con­tó su madre. Recientemente, el poe­ta Marcos Ana en su autobiografíaDecidme cómo es un árbol (2008) relata la misma historia sobre una mujer llamada Ana Faucha, que le llegó a través de un funcionario de prisiones. Y en un pueblo de la Alpujarra granadina he oído contar que una mujer fue andando con su hijo pequeño, siguiendo el cauce del Guadalquivir, hasta la cárcel de Se­villa para ver a su marido preso, y que perdió al niño cuando atravesa­ba el río por un vado», aclara.

17/6/09

Sonia Hernández culturas LA VANGUARDIA
El nombre de la calle
La relación de Gómez Arcos con España fue tan traumática que sólo halló cobijo en la literatura francesa; treinta años después, puede leerse aquí.
Pocos habían leído sus libros, pero en su Enix natal (Almería), una ca­lle llevaba su nombre, como tam­bién un premio de novela, y en la casa en la que nació habían coloca­do una placa conmemorativa recor­dándole. La fama del personaje Agustín Gómez Arcos (Enix, 1933 - París, 1998) precedía a sus novelas, escritas en francés. Sin embargo, a principios del 2008, tras la apari­ción de la traducción de El cordero carnívoro (2007), en la editorial Ca­baret Voltaire, se alzó un movi­miento vecinal, escandalizado por la historia de amor incestuoso en­tre dos hermanos de clase media, con la intención de que el pleno del ayuntamiento retirara los hono­res al hijo ilustre. Por la presión de los medios de comunicación y los defensores del escritor, al final la calle mantuvo su nombre.
Éste podría ser un capítulo más de la traumática relación de Gó­mez Arcos con España. Siendo el hijo menor de siete hermanos de una familia humilde, hijo de un ex alcalde republicano, la leyenda de Gómez Arcos se empieza a cons­truir ya desde su infancia, en la que trabajó como pastor de cabras o co­mo espartero. Su encuentro con la profesora Celia Viñas sería decisi­vo para que el muchacho encontra­ra en la literatura una puerta para escapar de la miseria. Por una in­fancia así, se le ha comparado con Miguel Hernández.
En Barcelona inició estudios de Derecho, pero los abandonó por el teatro. En este ámbito logró impor­tantes reconocimientos, como el premio Lope de Vega en dos oca­siones, en 1962 por Diálogos de la herejía, y en 1966 por Queridos míos es preciso contaros ciertas co­sas. Sin embargo, en ninguno de los dos casos llegaron a represen­tarse, por la oposición de la censu­ra. Este encontronazo y otras difi­cultades para desarrollar su obra y vivir su vida de homosexual sin complejos en la España franquista le empujaron al exilio en 1966, primero dos años en Londres, para es­tablecerse después en Francia.
Allí trabajó de cocinero, camare­ro y fregaplatos en diferentes ca­fés-teatro de París. Cuenta la leyen­da que en uno de aquellos cafés se estaba representando una obra su­ya cuando un editor francés pre­guntó sobre el autor de la pieza, a lo que el camarero respondió: "Soy yo". Así se inicia su idilio con la len­gua, el público y el sector editorial francés. La obra se convirtió en una novela exitosa, a la que segui­rían catorce más. Siempre en fran­cés y con un gran éxito de ventas.
Ana no, publicada por primera vez en 1977 y que ahora traduce Caba­ret Voltaire, llegó a los 300.000 ejemplares y se ha vertido a más de una docena de idiomas. Obtuvo los premios Prix du Livre Inter, Thyde Monnier y Roland Dorgelès y fue llevada al cine en 1985 por Jean Prat, con Germaine Montero como protagonista. Han tenido que pasar más de 30 años para que se pueda leer en español.
En Francia, algunas de sus nove­las son lectura obligada en el bachi­llerato. Su éxito, como comenta su amigo el catedrático de la Sorbona y también alménense exiliado Ja­cinto Soriano, se puede achacar al interés que siempre ha existido en Francia por la guerra civil españo­la, "tal vez por mala conciencia, por el recuerdo de los campos de concentración en los que metieron a buena parte de los exiliados repu­blicanos". Sea por lo que sea, Gó­mez Arcos se hizo con algunos de los premios más importantes de la literatura francesa, fue finalista del Goncourt en dos ocasiones y reci­bió la Legión de Honor en 1985.
Aun así, se planteó su regreso de­finitivo, pero ni él estaba prepara­do para España ni su país lo estaba para recibirle. Los editores no pu­blicaban sus libros porque eran "muy duros". Lo siguen siendo, co­mo la historia de Ana Paucha en Ana no, una mujer que a los 75 años atraviesa toda la península ca­minando para reunirse con su hijo menor, preso y único supervivien­te de su familia tras la Guerra Civil. Se mira de frente la miseria, la ra­bia de los vencidos, la amargura de los exiliados, la putrefacción de los cuerpos y las mentes. Por persona­jes como la protagonista de Ana no se compara a Gómez Arcos con Goya o Valle-Inclán.Las ganas de pedir cuentas con la memoria abren antiguas heridas. Gómez Arcos pone nombre a la calle de Enix, y a todas las forma­das por los derrotados, los venci­dos que, como los de Ana no, per­dieron el derecho incluso a la iden­tidad. Y porque han creído, llega­do el momento, de que Gómez Ar­cos "ocupe el lugar que se merece en la literatura española", los edito­res de Cabaret Voltaire -en pala­bras de Miguel Lázaro- quieren re­cuperar todas sus obras y traducir­las, ahora que tanto se habla de la recuperación de la memoria histó­rica. Mientras, siguen las tesis, los estudios y congresos universita­rios dedicados a su nombre, indiso­lublemente vinculados a la calle y a sus fantasmas.

15/6/09

Luis Antonio de Villena Decadencias EL MUNDO
Robin Maugham y Joseph Losey
Aunque pasaba bastantes temporadas en España el Vizconde Maugham of Hartfield, conocido en la literatura como Robin Maugham (1916-1981) sólo ha sido conocido entre nosotros por una excelente novela corta de 1948, “El sirviente” que fue llevada al cine magistralmente en 1963 por otro olvidado (aunque este año sea el centenario de su nacimiento) Joseph Losey (1909-1984) con una soberbia interpretación de Dirk Bogarde. Ahora Cabaret Voltaire de Barcelona acaba de publicar de nuevo “El sirviente” y la portada nos recuerda la película de Losey y el hecho de que Robin fue sobrino del archiconocido novelista y criptogay William Somerset Maugham. De hecho, en unas estupendas memorias que Robin publicó en 1972, “Escape from two Shadows” (Huyendo de dos sombras) viene a decir que en su vida, para ser realmente libre, tuvo que intentar prescindir de dos graves sombras, la de un padre severo y la de su tío, tan famoso. En Inglaterra Robin Maugham fue tenido como un “defiantly homosexual” o sea, un homosexual provocador o algo parecido no sólo por la libertad de su vida (no se casó, nadie heredó el título) sino por alguna obra atrevida en el momento como “The Wrong People” –La gente equivocada- de 1970, novela que ocurre en Marruecos y que trata de la pederastia y el abuso a los menores.
Si los editores españoles andan con ojo, tanto esta novela como algunos de sus libros autobiográficos, tanto aludiendo a su familia como a sus viajes, serían buenas piezas para el mercado. Por ejemplo “The Slaves of Timbuktu” de 1961 que continúa sus pesquisas sobre la esclavitud en Africa y en Arabia, o “Somerset and all the Maughams” (Somerset y todos los Maughams) de 1966, llena de anécdotas y serios comentarios sobre su célebre tío Willie… Sí, puede que “El sirviente” (la historia de un doméstico que se apodera y envilece de su señor, al inicio un tipo normal, llevándole a frecuentar nínfulas que le proporciona) puede guiarnos hasta este autor, prácticamente desconocido aquí y que murió de alcoholismo y diabetes. Robin Maugham perteneció a la última generación británica educada todavía en la mentalidad del Imperio pero ya con una actitud más libre o más moderna. En los años 50 escribió bastantes piezas para el teatro y la televisión entre las que una al menos, aún no se ha estrenado: “Winter in Ischia” (Un invierno en Ischia) de 1957…
En cuanto a Joseph Losey, uno de los grandes directores de cine norteamericanos, parece mentira (es el latiguillo del tiempo) que debamos ya hacer un esfuerzo para recordarlo o para pedir que vuelvan –al menos en DVD- algunas de sus películas. ¿No recuerdan “The Go-Between” (El mensajero) de 1970, una historia tan refinada? ¿O más cerca “Galileo”, “La inglesa romántica”, “Las rutas del sur”, “El asesinato de Trotsky” y en 1968 dos extraordinarias cintas basadas en dos cuentos, uno del argentino (al que también hay que recordar) Marco Denevi, “Ceremonia secreta” y otra “Boom” reproduciendo un cuento poco conocido de Tennessee Williams, y ambas interpretadas por la entonces mítica pareja Taylor/Burton? El tiempo y la memoria son ciertamente crueles, pero también hablamos de dos autores plenos de arte inquietante, en un momento en que todo parece ir hacia el arte comercial y lo que acaso sea peor, hacia el arte sin problemas y autosatisfecho, como esta sociedad barata.

10/6/09

CABARET VOLTAIRE publica El sirviente de Robin Maugham
Esta novela breve, ambientada en Londres poco después de la II Guerra Mundial, es un relato confesional con la fuerza de un moderno Retrato de Dorian Gray. Lo cuenta Richard Merton, y es la historia de su íntimo amigo de la guerra, Tony, de cómo va cayendo progresivamente bajo la influencia de su nuevo y extraño mayordomo, Barrett. Tony rompe sus vínculos con toda su vida anterior y con sus amistades, y pronto parece dominado por ese nuevo personaje siniestro. Richard, preocupado por su amigo, desvela una situación alarmante en la que se han desintegrado en un oscuro flujo las barreras sociales y sexuales. El mundo convencional «seguro» acaba precipitándose en un torbellino imparable, en una pesadilla sombría en la que las palabras son elípticas y las verdades se mantienen perturbadoramente oscuras.
El Sirviente fue llevada al cine en 1963 por el director Joseph Losey con guión de Harold Pinter. Protagonizada por Dirk Bogarde y James Fox es en la actualidad una de las películas clave del cine británico.

29/5/09

Tipos Infames soitu.es Gomez Arcos y las guerras perdidas
Hace apenas unos días, en su discurso de aceptación del premio Cervantes, Juan Marsé recordaba un tiempo no demasiado lejano en el que las palabras vivían bajo sospecha y muchas cosas parecían no existir por el mero hecho de que nadie se atrevía a nombrarlas. Esto es algo que comprobaría dolorosamente el escritor Agustín Gómez Arcos (Enix,1933-París,1998), quien vio cómo sus palabras eran sistemáticamente sometidas a la censura y al escarmiento.
Cuando el entonces estudiante de Derecho decidió abrazar definitivamente la literatura, se dio cuenta de que le era imposible estrenar sus obras dentro de la gris España de aquellos años. Es entonces cuando decidió exiliarse, primero en Londres, y desde 1968 en París, donde logrará el (merecido) reconocimiento que se le negaba en su país. Pero su exilio fue de raíz, esto es, radical, pues decidió también mudar de lengua, razón por la cual muy pocos son los que han sabido de la existencia de esta suerte de escritor secreto.
Y aquí aparece la editorial Cabaret Voltaire, empeñada en recuperar la obra de Gómez Arcos... Si primero consiguieron asombrarnos con la hipnótica historia de 'El Niño pan', lo lograrían de nuevo con la magnífica 'El cordero carnívoro': una historia de incesto homosexual con el paisaje de fondo de la guerra y sus cicatrices, físicas y morales. Ahora le llega el turno a 'Ana no', la novela con la que el autor consiguió consagrarse como escritor francófono y que (ya ven, cosas y misterios de la edición) todavía se encontraba inédita entre nosotros. Una nueva muesca en la culata de esta editorial catalana. Y van ya...
En este caso, y como siempre, Gómez Arcos logra tomarnos por sorpresa con esta historia de amor y muerte, la historia de Ana Paucha, una mujer perteneciente a la estirpe de los vencidos, de aquellos que lo perdieron todo con la guerra. Una anciana de 75 años a quien la contienda arrebató a su marido y a sus hijos mayores, enterrados en alguna fosa sin nombre en el frente de Aragón. El pequeño, condenado a cadena perpetua, lleva encerrado desde entonces en el pudridero de alguna carcel franquista en el norte de España. Y con ellos Ana, marcada por los vencedores (Gómez Arcos, nacido en el seno de una familia republicana, sabía lo que suponía venir al mundo con una mancha indeleble), había sido también condenada a acabar sola, corroída sobre las arenas de la playa al igual que la barca con la que sus hijos faenaban la mar.
Así, Ana Paucha, Ana no, abandona su pueblo de pescadores, su casa de habitaciones y camas vacías y parte para despedirse de su hijo y con él de la vida, dejando atrás una existencia no vivida. Un pan de aceite con almendras, anís y mucho azúcar, amasado especialmente para 'el pequeño' (un bizcocho piensa, pero que termina por convertirse en negro féretro) que junto a sus recuerdos conforman su único equipaje para este emocionante viaje. Un viaje en el que acompañamos a esta pequeña y negra sombra desdibujada siguiendo la vía del tren, rumbo a un Norte que simboliza para ella el último encuentro con su hijo preso y el definitivo abrazo con una muerte que tras arrebatarle a los suyos, y con ellos sus ilusiones, le espera al final del camino. Con esta mujer a la que no se le permitió tener una identidad (Ana no: negación absoluta) el escritor consigue un personaje absolutamente original, pero que también es todas y cada una de aquellas mujeres que fueron mordidas por la desgracia y sufrieron el expolio de la memoria. Ana Paucha es la Benina de la Misericordia de Galdós, son las mujeres de las novelas de Marsé... mujeres a las que Gómez Arcos consigue atrapar con una palabra humilde y ceñida a la vida en esta maravillosa obra.
Puede parecer una historia dura (huella viva de nuestro pasado reciente), pero hay una dignidad asombrosa en esa figura hecha de ausencias que camina contra el viento con los pies envueltos en viejos trapos para gritar en un último acto que todavía existe. Un camino a través de la España de aquellos años de plomo en compañía de otros derrotados por la vida y que termina por ser de conocimiento propio hasta el ineludible final. Y si al llegar a él no se les anuda la garganta deberían preguntarse en qué momento dejaron de estar vivos.

9/5/09

CABARET VOLTAIRE publica Venecia de Henri de Régnier
Escritor fin de siècle, admirado por Proust, poeta, novelista, ensayista, veneciano de corazón, Régnier nos presenta en este volumen un compendio de cuentos breves y artículos dedicados a Venecia que conforman un peculiar libro de viajes. Sus relatos nos hacen soñar una Venecia exquisita de palacios y canales, ciudad abierta al misterio, mágico escenario de inquietantes historias e intrigas.
«Jamás conocemos Venecia, todos sus colores y todos sus reflejos, todo su silencio y todas sus voces, todos sus rodeos y todos sus misterios, todo su cielo y todas sus aguas, toda su laguna, todos sus palacios, todas sus calli. Jamás conocemos Venecia y toda una vida no bastaría para ello.» Henri de Régnier

21/4/09

Andrés Pau suplemento Posdata Diario LEVANTE
Una juventud alemana Se traduce por primera vez la "opera prima" de Klaus Mann.
Klaus Mann (Munich, 1906-Cannes, 1949) es, creemos, un caso único si nos fijamos en la perversidad del orden en que ha sido traducido. Resulta lógico si tenemos en cuenta la injusticia con que siempre se le ha tratado. Para confirmar este caos y también como afortunada reparación, se traduce —y muy bien, además— ahora, en 2009, su opera prima, escrita a los diecinueve años.
Cualquier opera prima que se precie supone una condición avant la lettre: la obsesiva presencia de su autor y la consiguiente urgencia por escribir un manifiesto generacional. También suelen ser novelas teñidas de una apasionada y conmovedora vehemencia. Fíjense, si no, en la cantidad de pistas que nos aporta el arranque de La danza piadosa: el joven Andreas Magnus —¿merece comentarios el apellido?— es un joven artista que tiene un sueño donde aparece indigno a los ojos de la Madre de Dios. Al día siguiente y tras un amago de suicidio, emprende un viaje iniciático en pos de algo tan intangible como inefable, denominado «su melodía». Y parte hacia Berlín dejando atrás un hogar burgués presidido por la figura paterna, de dimensiones aterradoras. ¿Caben más datos...?
A Andreas, además, le mueve un interrogante: qué papel interpretará su generación, aquélla cuya infancia discurrió entre los algodones perfumados del orden burgués y ha llegado a la juventud en el desgarrador caos de los años veinte. Ingenuo y sin apenas dinero, se interna en el lado salvaje: desde la pensión que le hospeda—extraordinaria la pintura de personajes— hasta los tugurios fin de trayecto de ciertas noches, pasando por el cabaret donde canta y baila, los escenarios de La danza piadosa nos muestran —y en pocas novelas lo hemos leído con tanto entusiasmo— el mejor Berlín de todos los tiempos. Sus compañeros de viaje —jóvenes a la deriva, boqueando de insatisfacción y de placer— redondean su educación sentimental.
Klaus Mann, no olvidemos sus diecinueve años, escribe un fresco con vocación totalizadora acerca de ese polvorín a la espera del desequilibrado que le acercara un fósforo llamado República de Weimar: hay burgueses y artistas, hay bohemios y empresarios, hay padres y hay hijos.... Pero sobre todo hay juventud..., y donde hay juventud hay vida.
Si bien la tramoya narrativa es respetuosa con el tiempo y el punto de vista, las descripciones siempre se encuentran deformadas por una distorsión de hondo calado expresionista: la iluminación —electricidad, gas, velas— nocturna, la tendencia a cierto feísmo descriptivo, la sordidez de los escenarios, los contrastes cromáticos... Sirva como ejemplo: «Entre el negro de la noche y el rabioso amarillo de los anuncios luminosos, las viejas prostitutas se pavoneaban discutiendo de negocios entre ellas, apergaminadas como momias y multicolores en sus raídas pieles y horrorosos botines rojos».
La danza piadosa es una novela siempre en movimiento, siempre en busca de algo que existe pero no tiene nombre o si lo tiene resulta inasible. Andreas avanza entre reflexiones, experiencias y un sentido trágico de la vida que contrapesa su honda espiritualidad, de origen panteísta con explícitas alusiones a Walt Whitman: «Amar es el reconocimiento del conjunto de la creación en un cuerpo». El trayecto concluye —o es el principio de otro más profundo— una mañana parisina tras una noche salvaje; y Andreas, más vehemente y emocionado que nunca, escribe: «Todos los árboles están susurrando para mí, todos los mares me están esperando».
¡Pobre Klaus Mann..., no sabía bien hasta qué punto!

4/4/09

Silvia Detti LA VOZ DE ALMERIA
Cabaret Voltaire vuelve a editar a Agustín Gómez Arcos
La editorial barcelonesa ha publicado recientemente ‘Ana no’, la más exitosa novela de Agustín Gómez Arcos, autor nacido en Enix y que se convirtió en escritor de culto en París
Tras la muerte de su marido y de sus hijos mayores en la Guerra Civil, Ana, madre pobre y analfabeta, deja su pueblo a los setenta y cinco años y, siguiendo la vía del tren, se va al Norte para visitar a su hijo Jesús, encarcelado a cadena perpetua por comunista.
Esta es la historia que encierra ‘Ana no’, novela del escritor Agustín Gómez Arcos que acaba de ser publicada por Cabaret Voltaire, editorial barcelonesa dirigida por Miguel Lázaro.
El autor, nacido en el pequeño municipio de Enix y alumno de Celia Viñas, es prácticamente desconocido en España pero muy admirado en Francia, donde murió en 1998. Sus obras, escritas en francés, son un éxito de público y crítica en el extranjero, han ganado premios y se han traducido a dieciséis idiomas, pero nunca a la lengua madre de su autor, el castellano, hasta la publicación de ‘El Niño Pan’, a cargo de Cabaret Voltaire, en 2007.
Con ‘Ana no’, la editorial sigue en su propósito de publicar la obra entera del autor a razón de una novela por año, y tiene pensado presentar esta última en el Instituto de Estudios Almerienses, "probablemente después de Semana Santa", apunta el editor Miguel Lázaro.
Esta primera traducción al castellano de ‘Ana no’ corre a cargo de Adoración Elvira Rodríguez, catedrática del Departamento de Filología Francesa de la Universidad de Granada, que ya tradujo ‘El cordero carnívoro’, la anterior novela publicada por la editorial catalana.
‘Ana no’ es la novela más premiada y traducida del escritor francófono y desde su publicación ha vendido más de 300.000 copias. Se trata de una historia triste y llena de ternura que toca temas muy actuales en una época en que tanto se discute de memoria histórica. Esta obra se aleja mucho de las provocaciones del atrevido ‘El cordero carnívoro’, su segunda novela publicada al castellano tras ‘El Niño Pan’. "‘Ana no’ encierra todo el Amor en una vida de desamparo", declaró su autor en 1977.
Ana encarna un personaje eterno, una mujer dispuesta a todo para volver a encontrar el último hijo que le queda vivo. Su amor la convierte en uno de los personajes femeninos más bellos de la literatura española contemporánea y hace de ‘Ana no’ una novela fundamental de la literatura del exilio español.

2/4/09

Santos Domínguez En un bosque extranjero
Cabaret Voltaire sigue recuperando la obra de Agustín Gómez Arcos y editándola en cuidadas ediciones. Esta semana estará ya en las librerías, con traducción y prefacio de Adoración Elvira Rodríguez, Ana no (1977), una de sus mejores novelas, que tuvo un enorme éxito de ventas con más de trescientos mil ejemplares vendidos en Francia y ha sido adaptada al cine y al teatro y traducida a dieciséis idiomas. Por cierto, para la portada se ha elegido un fotograma de la versión cinematográfica de la novela que dirigió en 1985 Jean Prat.
Está ambientada en la posguerra, como El cordero carnívoro, y protagonizada por Ana no, como se llamaba a sí misma la protagonista, Ana Paucha, una mujer a la que le han robado hasta su identidad y cuya existencia queda marcada por la guerra civil y sus secuelas de muerte, represión, cárceles y miedo. A los 75 años, 30 años después de perder a su marido y a sus dos hijos mayores, pone su casa en orden y emprende una peregrinación a pie desde un pueblo almeriense hasta un presidio del Norte de España en donde cumple condena su hijo menor, Jesús el pequeño.
Tiene una cita con la muerte, que como en la tragedia clásica o en Lorca, es un personaje que habla al fondo de la obra. Un fondo negro que se confunde con el negro de sus ropas de luto y de su rostro sobre el fondo también negro de la noche en la que sale de su casa.A lo largo de un itinerario que sigue las vías del tren, esa amarga travesía, un rito de viaje iniciático y final en busca de su propia identidad y una bajada (o una subida) a los infiernos, es el testimonio de un país destruido por tres años de guerra, una narración que tiene la profundidad insondable del desamparo, la dignidad desgarrada de quien sufre la injusticia, la pobreza y las distintas formas de la humillación.
La figura de Ana Paucha tiene una altura trágica que recuerda a las mujeres del teatro lorquiano y sus raíces telúricas, y una hondura que la convierte en el personaje con más fuerza de todos los que creó Gómez Arcos. Más allá de sus resonancias bíblicas, de sus raíces en la tragedia griega, en el viaje patético de esa anciana hay una afirmación paradójica de la esperanza y en su figura un símbolo de esa vieja madre patria asolada por la destrucción y el cainismo.

28/3/09

José Manuel Benítez Ariza EL CULTURAL
Quizá la gran aportación de Stendhal (Grenoble, 1783-París, 1842) al género autobiográfico fuera la constatación de su carácter problemático. A la autobiografía, nos dice Stendhal, se llega por pereza: antes que indagar trabajosamente en los pormenores de la vida de otro, mejor ahondar en aquella “de la que conozco ya, demasiado bien, todos los incidentes”. Pero esa ilusión de facilidad se desvanece pronto: el yo acaba revelándose como el personaje más difícil de conocer para un escritor. Y el compromiso de verdad ineludible a este propósito se presenta constreñido por toda clase de consideraciones. La solución no parece ser otra que la reducción de la escritura a un acto privado; bien sea en forma de diario íntimo, o en la de libros de recuerdos cuya publicación aplaza hasta diez años después de su muerte, y que deja inconclusos.
Tal es el caso de estos Recuerdos de egotismo en los que se narran hechos que tuvieron lugar entre 1821, año de su partida de Milán, y 1831. Y el de su Vida de Henri Brulard, escrito posteriormente, y centrado en los años de su infancia y primera juventud. A los stendhalianos les emociona el hecho de que estos escritos, aparentemente discontinuos y desordenados, terminen encajando perfectamente entre sí, y acaben conformando una especie de biografía continuada. Pero si la obra biográfica de quien en su vida civil se llamó Henri Beyle es problemática en la forma, más lo es en el contenido. En casi ningún pasaje advertimos esa placidez de contar que caracteriza a los memorialistas ingenuos.
En estas obras, el impaciente Beyle se impone al minucioso Stendhal: a veces, prefiere plasmar su recuerdo de un lugar en un croquis, antes que en una descripción “literaria”; y otras, deja apuntada la necesidad de ampliar determinados pasajes. Tales son las características sobresalientes en Recuerdos de egotismo. Escritura rápida, gobernada por la asociación libre de ideas, más que por la sujeción a un plan. Improvisación y descuido. Y, como resultado, una maravillosa espontaneidad, en la que queda retratada la complejidad contradictoria de la vida y el esfuerzo de captarla y esclarecerla. Stendhal sabía que sólo merece la pena la felicidad que es capaz de sobrevivir a esa despiadada pulsión analítica.Más allá, es preferible el silencio. Lo inacabado de estos Recuerdos y de la Vida de Henri Brulard son los mejores testimonios del rigor con que llevó a cabo su intento.

21/3/09

CABARET VOLTAIRE publica Ana no de Agustín Gómez Arcos
«Ana no, no es una novela pesimista. Es más bien un libro de esperanza. Un libro de rebeldía y de amor, porque uno no se rebela por odio, sino por amor. A mi juicio, es una obra patética y, a la vez, optimista, ya que sin optimismo nadie podría emprender un viaje como el de Ana y llegar al final. Yo diría que "Ana no" encierra todo el Amor en una vida de desamparo.» Agustín Gómez Arcos
Novela fundamental de la literatura del exilio español con la que Gómez Arcos se consagra como escritor francófono. Cosechó numerosos premios, adaptaciones teatrales y fue llevada al cine. Con más de trescientos mil ejempares vendidos en Francia y traducida a más de dieciséis idiomas, se presenta por primera vez en España.
Laura Castro solodelibros
La danza piadosa, novela que Klaus Mann publicó en 1925, es reconocida por ser la primera novela en lengua alemana que trata abiertamente el tema de la homosexualidad. Quedarse en ese dato es sin embargo juzgar superficialmente una obra rica, intensa, moderna, no sólo por sus conceptos, sino también por su forma.
Andreas Magnus es un joven burgués que abandona la seguridad del hogar familiar en busca de emociones intensas en Berlín. Ese tema, que puede considerarse manido, del muchacho que corre a la gran ciudad en busca de aventuras, siempre es sin embargo una excusa válida para ofrecer una mirada fresca y juvenil del devenir de la vida, así como una ocasión para reflexionar, desde la perspectiva de alguien cuyo velo de inocencia empieza a rasgarse, sobre el ser humano, sus miserias y su grandeza.Realmente, Andreas no escapa a Berlín meramente en busca de emociones fuertes. Siendo pintor, un extraño sueño le indica que necesita vivir una experiencia trascendente como único camino para poder crear una obra de valía. Sólo un sufrimiento intenso actuará como catarsis, abriéndole las puertas de esa comprensión profunda del mundo que Andreas sabe que necesita para que sus cuadros estén dotados de fuerza vital.Como ejemplo, Andreas tiene a un afamado pintor amigo de su padre. Éste supo comprender y retratar el espíritu de su generación, lo que le valió el reconocimiento mundial; pero la generación de Andreas es la de aquellos que eran niños en el momento del estallido de la I Guerra Mundial y comprender la esencia de un mundo que ha cambiado por completo es una tarea compleja.
La incertidumbre y la incomprensión de un mundo que ha dado un terrible vuelco, son piezas fundamentales de esta novela. Sus personajes son jóvenes desorientados, que a la necesaria búsqueda de la propia identidad característica de la juventud, unen la búsqueda de la identidad de toda una sociedad. Sobre sus hombros cae la responsabilidad de devolver a su centro un mundo desquiciado, y esa responsabilidad es más de lo que alguno de ellos está dispuesto a asumir.
La ciudad no muestra su mejor cara a Andreas, que la recorre expectante, a la búsqueda de esa experiencia que actúe para él como un golpe de viento que abra una ventana sobre la verdadera esencia del mundo. Reclutado por una extraña joven para el mundo del cabaret, Andreas trata de descubrir una clave en cuantos le rodean: bailarinas, cantantes, chaperos, muchachas huidas de sus casas.Y de pronto la descubre en Niels:
Le parecía como si la tristeza y la inocente y suprema dicha de todas las criaturas se hubiera transformado en ese cuerpo. Y no sabía que «amar» es el reconocimiento del conjunto de la creación en un cuerpo. No sabía que amar una voz significa oír de nuevo todas las melodías y comprenderlas integradas en esa voz. ¡Sí, cuando le fue permitido ver a aquel hombre por primera vez había visto y sentido la hierba y los árboles como si nunca los hubiera visto antes!
La experiencia vital del enamoramiento tiene la fuerza suficiente como para abrir los ojos de Andreas a la realidad maravillosa del mundo. Gracias al sufrimiento causado por el amor, merece esa comprensión de la vida que anhelaba. Y esa comprensión implica reconocer que no es necesario interrogarse constantemente acerca del futuro: todo puede ser y sólo es necesario vivir el presente.
La vida es tan apremiante, lo absorbe a uno de tal forma… Pero, en compensación, es a menudo muy hermosa.

19/3/09

Eva Díaz Pérez EL MUNDO
Duras o la novela de Gibraltar
Gibraltar, más allá de consideraciones histórico-políticas, de fronteras, tratados y geografías insólitas, puede ser un territorio mítico. Su posición entre dos mares incluye su paisaje en el terreno de la leyenda y de la mitología como escenario de las columnas de Hécules.Este Territorio Británico de Ultramar es también el lugar que Marguerite Duras escogió como lugar simbólico de una novela que aún no había sido traducida al castellano, El marinero de Gibraltar (1952) y que ahora ha rescatado la editorial Cabaret Voltaire.
Marguerite Duras (Gia Dinh, Viet-nam, 1914 - París, 1996) decía de su país natal [la Indochina francesa] que era «una patria de aguas», así que tiene cierta lógica que estuviera fascinada por los islarios y lugares acuáticos. De hecho, esta novela es una historia de viajes ultramarinos que tiene en Gibraltar un epicentro simbólico a partir del personaje del marinero procedente de la colonia británica.
El libro, ahora rescatado para el público español gracias a la traducción de Lola Bermúdez Medina, autora también del texto introductorio y profesora de la Universidad de Cádiz, relata la historia de Anna, una joven que recorre el mundo en un lujoso barco. Busca, como en la célebre copla, a un amor perdido, el marinero de Gibraltar, un ex legionario, jugador y buscado por la policía.
Un funcionario del Registro Civil que se encuentra de vacaciones en el mismo barco –llamado también el Gibraltar– conoce en Italia a la joven. Con ella recorre el mundo de puerto en puerto buscando al misterioso marinero desaparecido. El itinerario novelesco pasa de Italia a Francia, de Grancia a África, atravesando el Estrecho de Gibraltar, y de allí rumbo al Caribe.
Gibraltar aparece y desaparece. El personaje de Anna describe el lugar: «Dicen que es uno de los grandes puntos estratégicos del mundo, pero no dicen que es muy bonito. Por un lado, el Mediterráneo y por el otro, el Atlántico. Son dos cosas muy distintas. La costa de África es muy hermosa, una planicie encima del mar. (...) La costa española, por el otro lado, es más suave».
La traductora Lola Bermúdez asegura que El marinero de Gibraltar no es en el sentido tradicional «ni una novela de aventuras, ni de viajes, ni un paseo turístico por los países y continentes recorridos». Las descripciones exotizantes brillan por su ausencia, «sólo hay algunas breves pinceladas para acotar el terreno, cuando no un rechazo deliberado por parte del paseante de hacerse con las ciudades», según Lola Bermúdez.
La descripción de Gibraltar en la justa y hermosa pluma de la autora de El amante o Moderato cantabile es uno de los pasajes más interesantes de la novela: «Pasamos delante de la roca. (...) En casas blancas, construidas sobre dinamita, apretadas en una promiscuidad agobiante pero altamente patriótica, Inglaterra, fiel a sí misma, dormía sobre el suelo ensangrentado de España».
En esta novela de marineros, traficantes y tipos estrafalarios, de barcos, bares y mares, también aparece una sutil descripción de Tarifa. «Entramos en el estrecho. Llegó Tarifa, minúscula, incendiada de sol, coronada de humo. A sus pies inocentes, se tramó el más maravilloso cambio de aguas de la tierra. El viento saltó. Apareció el Atlántico».
Según Lola Bermúdez, responsable también de las traducciones de Monsieur de Bougrelon, de Jean Lorrain, y de Jesús el Palomo, de Francis Carco, asegura que en El marinero de Gibraltar aparece ya el determinante ‘estilo Duras’: «La elipsis, la abstracción, las reiteraciones, la necesidad, cada vez más depurada, de la palabra, palpable en una progresiva e imponente presencia de los diálogos, en los que alternan la voz y los silencios».

15/3/09

TIPOS INFAMES soitu.es
En el nombre del hijo (de Thomas Mann)
Tengo el placer y la satisfacción de presentar a nuestro querido público a un joven encantador de buena familia que, con mucho gusto, les va a deleitar con alguna cosilla picante...
Así, de la misma manera en que entre detonaciones de champán hacía su aparición sobre el escenario de un cabaret Andreas Magnus (protagonista de La danza piadosa), podríamos introducir al escritor del cual queremos hablarles hoy. Y es que aparentemente los Mann podrían considerarse una buena familia. De hecho el joven Klaus creció en un hogar en el que las musas volaban a ras de suelo, por lo que no le supuso mucho esfuerzo atrapar la suya (que debía parecerse mucho a su hermana Erika, su otra mitad) y romper a escribir de manera precoz (aunque 'precoz' es una palabra que se nos antoja estrecha para alguien que ya había escrito más de 60 obras antes de cumplir los 15 años).
Pero las musas no eran las únicas inquilinas de aquella casa encabezada por un padre genial, pero egocéntrico y sexualmente reprimido que censuraba continuamente su escandalosa conducta (morfinómano, exhibicionista, homosexual...) y al que nunca aprobó, ni como hijo ni como escritor. Sí, escribir puede resultar difícil. Más todavía si tu padre se llama Thomas Mann. Klaus siempre iba a ser medido en función de este apellido del que intentaba huir pero que tampoco dudaba en subrayar cuando le interesaba que se le abrieran las puertas de una revista o de una alcoba, o para ser recibido en Hollywood. Sin embargo no es difícil adivinar tras su comportamiento llamativo y lo desmedido de sus ademanes un medio para no ser pasado por alto. Algo que sin embargo ha sido demasiado frecuente...
Anteriormente les decíamos que el joven escritor guardaba innegables similitudes con el protagonista de uno de sus libros. Y lo hacíamos porque también él abandonaría la casa paterna para instalarse en el Berlín de los años veinte, en donde probaría suerte en uno de aquellos cabarets que proliferaron durante la efímera república de Weimar. Ese ambiente burbujeante de jovenes chaperos y marineros maquillados es el que domina 'La danza piadosa' (otra joya de Cabaret Voltaire), un retrato de la disolución de toda una época y el desencanto de toda una generación. Esa atmósfera, entre decadente y sofisticada, es la que encontramos en 'Encuentro en el infinito', otra obra clave para comprender aquellos tiempos y que nos regalan nuevamente los amigos de la editorial El Nadir, admiradores confesos del joven Mann.
Sus novelas son provocadoras, escandalosas para la época, 'degeneradas' si aplicamos la terminología nacionalsocialista. Una retórica de la sangre y de la raza que pronto iba a volverse insoportable para Klaus Mann quien abandona el país en 1933 para instalarse en París, donde nunca le faltaron amigos como Jean Cocteau, André Gide o René Crevel, al que tanto amó y admiró. Desde el exilio el escritor denunciaría incansablemente los abusos del nazismo desde revistas y publicaciones como 'Die Sammlung', altavoz de los intelectuales antifascistas y en la que participarían la mayoría de los nombres claves de aquella diáspora del pensamiento europeo. Pero si hasta ese momento Klaus había destacado como un 'enfant terrible' de las letras ahora se nos muestra como un brillante y lúcido articulista. Quien quiera acercarse a esta faceta del escritor puede hacerlo asomándose a la recopilación de sus textos agrupados en 'El condenado a vivir' (El Nadir), en donde están presentes todas sus obsesiones: la literatura, la política, la muerte... Esta actitud es la que le llevaría hasta España (¿nadie va a editar sus artículos como corresponsal en la guerra civil? De verdad, con la cantidad de basura que llega a las librerías sobre el tema es algo que no se entiende...) o a incorporarse en el ejército americano en plena contienda.
Pero el exilio también serviría a Klaus para encontrar su propia voz, abandonando su anterior posición esteticista en favor de un mayor compromiso. Es en esos años cuando realiza las que son consideradas sus mejores obras. Algunas de ellas como 'Mephisto' (Debolsillo) o 'El volcán' (Edhasa) figuran entre los libros más luminosos de aquellos oscuros años previos a la conflagración mundial. Con todo lo que le tocó vivir no es extraño que ya en 1942 escribiera una primera versión de sus memorias ('Cambio de rumbo', Alba). Por ellas vemos desfilar los personajes claves de una vida cosmopolita y agitada por las diferentes pulsiones de la modernidad: los Mann, Stefan Zweig, Annemarie Schwarzenbach (de la que prometemos hablarles en otra ocasión), Richard Strauss... de hecho la entrevista que Klaus Mann realizó a éste último (director de la orquesta de cámara del Reich) tras la Segunda Guerra Mundial sirve de punto de partida a Blas Parra para levantar su artefacto narrativo: 'El artista humillado' (El Nadir), una obra original y llena de interrogantes sobre un pasado que no termina por abandonarnos y que desde aquí les recomendamos.
Desilusionado y roto, el 21 de mayo de 1949 el escritor se encerraba en una habitación de Cannes decidido a seguir los pasos de sus amigos. Crevel, Toller, Zweig... la intensa vida de Klaus Mann había estado pavimentada de suicidios y pulsión de muerte. Su obra puede ser leída como una marcha ineludible y trágica hacia ese destino al que se ofreció con un ímpetu que acabaría por partirle el pecho.

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