8/11/09

Eva Díaz Pérez Revista Mercurio
El flâneur de Venecia
Para Henri de Regnier, Venecia fue algo más que una ciudad-refugio o el escenario hermoso y decadente ideal para ser contado por un dandy del fin de siècle. La Venecia de Regnier es la ciudad ya archinarrada por haber sido atrapada en lienzos, partituras, fotografías postales y páginas. Es la ciudad que, perdida ya su gloria tras la decadencia del siglo XVIII, entra en el XIX para convertirse en ciudad cantada y contada. Regnier llega a finales de siglo con desconfianza, con la sospecha de viajar a un lugar donde ya no es posible tener una mirada virgen.
Sin embargo, Venecia no decepcionó al escritor. Cuentos venecianos (1927) y Esbozos venecianos (1906) –reunidos ahora por la editorial Cabaret Voltaire en el volumen titulado Venecia– conforman una excepcional topografía literaria, unos paseos venecianos que aún guardan el misterio, la posibilidad de recorrer la parte de atrás de la postal. Regnier es un ejemplo perfecto del paseante, el flanêur y divagador perdido en ese misterio veneciano: "Me metí en uno de esos rami sin salida y que desembocan en un rio ante el que es obligado desandar lo andado". Esos son los caminos venecianos propuestos por este autor que se confesó "venecianizado".
Henri de Regnier (Honfleur, 1864-París, 1936) cuenta con una placa en Venecia que recuerda su paso por la ciudad, en la Ca’Dario: "In questa casa antica dei dario / henri de régnier / poeta di francia / venezianamente visse e scrisse / anni 1899 e 1901". Porque la Venecia de Regnier –entre el apunte descriptivo y la literaturización del pasado– es la ciudad de los palacios que se alquilan por partes como remiendos de una gloria pasada. Son esas viejas mansiones con salitre en las paredes, escalones gastados por el roce traidor de las aguas y salones de ajados terciopelos rojos y ambarinos con irregulares pavimentos de mosaicos, los estucos ennegrecidos y espejos velados por las sombras del pasado.
Esta Venecia de bella ruina es el escenario ideal para el modernismo decadente de Regnier, un escritor criado en las fiebres del simbolismo, discípulo de Mallarmé y asiduo de su tertulia de los martes en la Rue de Rome con Jean Moreás, Francis Vielé-Griffin y René Ghil.
Regnier, hijo de la brumosa Normandía, pasea por las nieblas venecianas de la Casa deglo Spiriti, en la parte de la laguna que llaman muerta, y reside en uno de los palacios de los Altinengo, el que está frente al Campo dei Carmini, y donde sucede la inquietante historia de El aparecido.
Esta edición de Cabaret Voltaire, que cuenta con la traducción de Juan José Delgado Gelabert –buen conocedor de los autores franceses que quedaron fascinados con Venecia–, aporta numerosas fotografías actuales y de la época de Henri Regnier. Los documentos visuales permiten que el lector reconozca los escenarios descritos por el autor y también evocan el espíritu de los libros de Regnier, que solían aparecer ilustrados. Sin duda, un libro que puede servir como curiosa guía literaria de Venecia.
Regnier se detiene ante los espejos venecianos y cuenta sus historias, pasea por los viejos jardines, se pierde para toparse con la Venecia de Longhi o de Canaletto o se sienta en el Café Florian "con sus salas pintadas y sus banquetas de terciopelo" y pide, como gran dandy, un ponche de alquermes. Ese sabor de canela, y musgo de la laguna, de sombras que no se han ido del todo es el que deja la lectura de estos relatos y esbozos de Regnier quien parece despedirse como lo hace el espectro de uno de sus relatos: "Que nuestra Venecia os sea dulce".