
Eva Díaz Pérez EL MUNDO Los cuadernos parisinos de Stendhal. Cabaret Voltaire rescata ‘Recuerdos de egotismo’, los escritos autobiográficos que recrean el París de la Restauración. Pasear con Stendhal por los salones del París de la Restauración, conocer a personajes que sólo podríamos encontrar ya en las hermosas tumbas de piedra y niebla del Perè Lachaise, disfrutar con su mirada escrutadora y a veces cruel, descubrir las atmósferas de sus novelas. Recuerdos de egotismo, es la obra rescatada ahora por la editorial Cabaret Voltaire en su tarea de recuperar joyas de la literatura francesa –sobre todo del fin de siècle y entreguerras– inéditas, poco conocidas o mal distribuidas en España.
En esta ocasión, se trata de una de las piezas de la literatura autobiográfica de Henri-Marie Beyle –nom de plume, Stendhal– compuesta por su Diario, La Vida de Henry Brulard, la correspondencia, sus notas necrológicas o su marginalia.
Stendhal (Grenoble, 1783-Pa-rís, 1842) inició su proyecto autobiográfico ya en abril de 1801 a los 18 años cuando «ostentaba los galones del 6º regimiento de dragones del ejército napoleónico con su Diario», apunta en la introducción Juan Bravo Castillo, responsable de la traducción.
Este «coloquio consigo mismo» cobra fuerza, sobre todo, a partir de los cincuenta años, cuando el desencanto le lleva a mirar atrás: «Voy a cumplir cincuenta años, y va siendo hora de conocerme», anota el autor de La Cartuja de Parma o Rojo y Negro.
Stendhal escribió Recuerdos de egotismo en quince días, desde el 20 de junio al 4 de julio del año 1832 cuando era cónsul de Francia en Civitacecchia –«por ocupar mis ocios en esta tierra extranjera»– y resume los años que van de 1821 a 1830.
Alojado en París en la Rue de Richelieu en el Hôtel de Bruxe-lles, número 47, asistimos a las idas y venidas de Stendhal en los salones parisinos y en los cafés del Rouen al Lemblin –el café liberal situado en el Palais-Royal–, a sus paseos los domingos «bajo los grandes castaños de indias de las Tullerías» a los recorridos solitarios por Montmartre y el Bois de Boulogne.
Gracias a las oportunas notas a pie de página de Juan Bravo Castillo podemos movernos por ese París de la Restauración –tam-bién aparece el viaje a Londres– siendo incluso posible la aventura de seguir los lugares stendha-lianos apuntados en estos Recuerdos de egotismo. Por ejemplo, descubriendo que la mansión de monsieur de Tracy –par de Francia y miembro de la Acade-mia– estaba en la Rue de Tracy, cerca de la Rue Saint-Martin, «que aún existe hoy día, entre el Boulevard de Sébastopol y la Rue Saint-Denis».
O incluso sonreír al pensar que en la Rue du Cadran, esquina a la Rue Montmartre, en el cuarto piso de un edificio que quizás hoy no exista, Stendhal vivió un curioso episodio de vida galante y que él mismo confiesa en estas memorias parisinas.
Y comienza haciendo una advertencia a modo de ‘defensa’ por el desenlace del capítulo. «El amor hizo nacer en mí, en 1821, una virtud muy cómica: la castidad». Sus amigos le organizan una «deliciosa velada de jóvenes de vida alegre» en un «salón encantador, champagne helado y ponche caliente».
Stendhal termina en la habitación de Alexandrine, «tendida en un lecho, casi en el traje y exactamente en la postura de la duquesa de Urbino, de Tiziano». Sin embargo, la escena concluye de forma inesperada. «Aquello fue un ‘fiasco’ completo. Recurrí a una compensación, y ella se prestó. No sabiendo qué hacer, intenté volver al mismo juego de mano, que ella rehusó. Pareció sorprendida. Le dije algunas palabras bastante bonitas para mi posición, y salí».
El ‘pobre’ Stendhal admite que desde ese momento pasó ante sus amigos por babillan, en referencia al genovés Babilano Pallavici-no «que en el siglo XVII tuvo que separarse de su esposa a raíz del proceso en que ésta le acusaba de impotencia», según comenta en su apartado de notas Juan Bravo Castillo.Otro de los aspectos curiosos de estos escritos autobiográficos es la aparición de croquis, como el que aparece de la mansión de monsieur Tracy, que desvelan el escaso gusto de Stendhal por las descripciones: «He olvidado pintar este salón. Sir Walter Scott y sus imitadores hubieran comenzado por ahí, pero yo aborrezco la descripción material».
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