23/4/08

Laura Castro solodelibros.comParís”, escrita por Émile Zola en 1898, es una novela que, además de una semblanza del París finisecular, resulta ser un compendio de las ideas que agitaron el fin del siglo XIX y que debían alumbrar una nueva sociedad para el nuevo siglo, abarcando tanto las doctrinas científicas, como sociales o filosóficas.La prolijidad de la prosa de Zola encierra casi siempre profundas reflexiones sobre la sociedad en la que vivió, fruto de un genuino interés por el carácter cambiante de una nación que el autor juzgaba representante de la totalidad del mundo civilizado. Y tal vez esa idea de Francia como adalid de las nuevas ideas que perfilaban el cambio de siglo y que prometían un nuevo orden, brilla especialmente en “París”.La exposición de esas ideas, que Zola deja en boca de sus personajes, y más aún, su asimilación y la catarsis que su aceptación provoca, recorren la narración como una estructura sólida que es realmente lo que da cuerpo a la historia, que de lo contrario pudiera resultar algo banal. En “París” esa duda, esa lucha por comprender, está encarnada por Pierre Froment, un cura que ha perdido la fe y que busca una nueva creencia que no sólo llene su espíritu, sino que además le reconcilie con la vida que siente latir a su alrededor y que considera que no tiene nada que ver con los preceptos caducos que Roma se obstina en predicar.Con el mismo detallismo preciosista del que Zola se sirve para describir una habitación, el aspecto de un hombre o el vestido de una dama, se reseña la crisis moral que Pierre afronta, perdida la fe y alterada su conciencia por el escrúpulo que le invade al ser consciente de la injusticia, la inmoralidad y la miseria que corroen la sociedad. Y esa crisis, además de otros hilos de la trama, será la que dará pie para desarrollar en la historia un breve compendio de las principales ideas que convulsionaron el penúltimo fin de siglo, prestando especial atención a la anarquía.La vida de excesos de los burgueses, entregados a la corrupción y a la inmoralidad, y la existencia embrutecida y exhausta del proletariado, suponen un contraste cruel que hace crujir toda la estructura social, que amenaza con hundirse. Los anarquistas buscan acelerar el derrumbe de un sistema que consideran injusto, algunos a base de dinamita, para que de entre los escombros de la iniquidad surja un mundo nuevo donde ya no habrá explotadores y explotados. Y sobre la idoneidad de los medios empleados, así como sobre la necesidad de derramar sangre burguesa como justo pago por la vida miserable de tantos obreros, surge un debate social que aporta mil puntos de vista, pero ninguna solución.Finalmente, Pierre acabará por convertirse a una nueva doctrina: la de la naturaleza. Una doctrina cuyos postulados sólo pueden realizarse en el trabajo, en la existencia fecunda del hombre que une su fuerza a la poderosa corriente que busca el progreso de la civilización y cuyo esfuerzo debe contribuir a la gestación de una humanidad emancipada.El trabajo esforzado de los obreros, unido a la intensa labor de intelectuales y científicos, debe ser la única semilla que germinará en un mundo nuevo. La esencia de ese cambio debe ser el deseo de construir, no destruir, contribuyendo así al avance de los pueblos. La ciencia y el trabajo serán las herramientas con que se extirparán viejos atavismos y una vez caída la venda de sus ojos, la humanidad aprenderá a ser justa, solidaria y ecuánime.Esas son las promesas que traía la proximidad del nuevo siglo, en el que tendría lugar el advenimiento de una nueva sociedad y un nuevo modo de vida. Y realmente, al leer este libro, cuando aquel siglo llegó y pasó y otro nuevo siglo avanza tras de él, uno se pregunta ¿qué fue de todo aquello?

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