17/6/09

Sonia Hernández culturas LA VANGUARDIA
El nombre de la calle
La relación de Gómez Arcos con España fue tan traumática que sólo halló cobijo en la literatura francesa; treinta años después, puede leerse aquí.
Pocos habían leído sus libros, pero en su Enix natal (Almería), una ca­lle llevaba su nombre, como tam­bién un premio de novela, y en la casa en la que nació habían coloca­do una placa conmemorativa recor­dándole. La fama del personaje Agustín Gómez Arcos (Enix, 1933 - París, 1998) precedía a sus novelas, escritas en francés. Sin embargo, a principios del 2008, tras la apari­ción de la traducción de El cordero carnívoro (2007), en la editorial Ca­baret Voltaire, se alzó un movi­miento vecinal, escandalizado por la historia de amor incestuoso en­tre dos hermanos de clase media, con la intención de que el pleno del ayuntamiento retirara los hono­res al hijo ilustre. Por la presión de los medios de comunicación y los defensores del escritor, al final la calle mantuvo su nombre.
Éste podría ser un capítulo más de la traumática relación de Gó­mez Arcos con España. Siendo el hijo menor de siete hermanos de una familia humilde, hijo de un ex alcalde republicano, la leyenda de Gómez Arcos se empieza a cons­truir ya desde su infancia, en la que trabajó como pastor de cabras o co­mo espartero. Su encuentro con la profesora Celia Viñas sería decisi­vo para que el muchacho encontra­ra en la literatura una puerta para escapar de la miseria. Por una in­fancia así, se le ha comparado con Miguel Hernández.
En Barcelona inició estudios de Derecho, pero los abandonó por el teatro. En este ámbito logró impor­tantes reconocimientos, como el premio Lope de Vega en dos oca­siones, en 1962 por Diálogos de la herejía, y en 1966 por Queridos míos es preciso contaros ciertas co­sas. Sin embargo, en ninguno de los dos casos llegaron a represen­tarse, por la oposición de la censu­ra. Este encontronazo y otras difi­cultades para desarrollar su obra y vivir su vida de homosexual sin complejos en la España franquista le empujaron al exilio en 1966, primero dos años en Londres, para es­tablecerse después en Francia.
Allí trabajó de cocinero, camare­ro y fregaplatos en diferentes ca­fés-teatro de París. Cuenta la leyen­da que en uno de aquellos cafés se estaba representando una obra su­ya cuando un editor francés pre­guntó sobre el autor de la pieza, a lo que el camarero respondió: "Soy yo". Así se inicia su idilio con la len­gua, el público y el sector editorial francés. La obra se convirtió en una novela exitosa, a la que segui­rían catorce más. Siempre en fran­cés y con un gran éxito de ventas.
Ana no, publicada por primera vez en 1977 y que ahora traduce Caba­ret Voltaire, llegó a los 300.000 ejemplares y se ha vertido a más de una docena de idiomas. Obtuvo los premios Prix du Livre Inter, Thyde Monnier y Roland Dorgelès y fue llevada al cine en 1985 por Jean Prat, con Germaine Montero como protagonista. Han tenido que pasar más de 30 años para que se pueda leer en español.
En Francia, algunas de sus nove­las son lectura obligada en el bachi­llerato. Su éxito, como comenta su amigo el catedrático de la Sorbona y también alménense exiliado Ja­cinto Soriano, se puede achacar al interés que siempre ha existido en Francia por la guerra civil españo­la, "tal vez por mala conciencia, por el recuerdo de los campos de concentración en los que metieron a buena parte de los exiliados repu­blicanos". Sea por lo que sea, Gó­mez Arcos se hizo con algunos de los premios más importantes de la literatura francesa, fue finalista del Goncourt en dos ocasiones y reci­bió la Legión de Honor en 1985.
Aun así, se planteó su regreso de­finitivo, pero ni él estaba prepara­do para España ni su país lo estaba para recibirle. Los editores no pu­blicaban sus libros porque eran "muy duros". Lo siguen siendo, co­mo la historia de Ana Paucha en Ana no, una mujer que a los 75 años atraviesa toda la península ca­minando para reunirse con su hijo menor, preso y único supervivien­te de su familia tras la Guerra Civil. Se mira de frente la miseria, la ra­bia de los vencidos, la amargura de los exiliados, la putrefacción de los cuerpos y las mentes. Por persona­jes como la protagonista de Ana no se compara a Gómez Arcos con Goya o Valle-Inclán.Las ganas de pedir cuentas con la memoria abren antiguas heridas. Gómez Arcos pone nombre a la calle de Enix, y a todas las forma­das por los derrotados, los venci­dos que, como los de Ana no, per­dieron el derecho incluso a la iden­tidad. Y porque han creído, llega­do el momento, de que Gómez Ar­cos "ocupe el lugar que se merece en la literatura española", los edito­res de Cabaret Voltaire -en pala­bras de Miguel Lázaro- quieren re­cuperar todas sus obras y traducir­las, ahora que tanto se habla de la recuperación de la memoria histó­rica. Mientras, siguen las tesis, los estudios y congresos universita­rios dedicados a su nombre, indiso­lublemente vinculados a la calle y a sus fantasmas.

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