24/8/08

Laura Castro solodelibros.com En menos de diez páginas retrató André Gide la noche de amor que en julio de 1907 vivió junto al adolescente Ferdinand. Aunque estas páginas exudan deseo y erotismo, no hay ni rastro en ellas de impudor o imágenes explícitas; antes al contrario, se caracterizan por su delicadeza y cierto lirismo romántico que alude más al sentimiento que a los sentidos.En esa noche de luna llena, Gide inició en los misterios del sexo a un joven al que el placer hacia zurear como a una paloma torcaz, de ahí el sobrenombre con el que André Gide se referiría desde entonces a aquel amante. La experiencia resultó tan impactante que el autor la puso casi de inmediato por escrito con todo detalle: la celebración de la victoria electoral de su amigo Rouart en las fiestas de Fronton, la irresistible presencia del joven a su lado durante el festejo, la vuelta a casa en su compañía, presintiendo ya la felicidad que prometía el desenlace; y, por último, la pasión que pareció empequeñecer cualquier experiencia previa: "Por momentos, interrumpiendo nuestros juegos, me quedaba quieto, erguido, inclinado sobre él, poseído por una especie de angustia, de estupefacción, de deslumbramiento frente a su belleza. No, pensaba, ni siquiera Luigi en Roma, o Mohammed en Argel, tenían ni tanta gracia, ni tanta fuerza, y el amor no obtenía de ellos movimientos tan apasionados ni delicados." La lectura de “Ferdinand” supone una sacudida, no sólo por la belleza de la obra, a la que Gide supo trasmitir la vibración de su alma, todavía conmocionada por lo acaecido: a pesar de iniciar a un adolescente virgen, se percibe que el iniciador recibió más de lo que pudo entregar, y que esa noche de julio vivió una experiencia trascendente. Sino también y sobre todo, por la capacidad de trasmitir la belleza de un momento que quien lo vive sabe único e irrepetible.De hecho, aunque es el relato de un amor homosexual, “Ferdinand” plasma de manera implícita la alegría de la unión sexual, por encima del género de los amantes. Más allá de pudores pacatos, Gide se muestra como un hombre que acepta y conoce su lado lúbrico y, en consecuencia, se entrega por entero a la ebriedad que produce el placer sexual, sin remordimientos, de una menara sana y sencilla. Y tal vez esa sea la causa de la intensidad con que vive ese placer, con que se anticipa a él, con que lo mantiene vivo en su recuerdo y lo agradece una y otra vez. Cabaret Voltaire agrega a este primera edición en castellano de “Ferdinand, la paloma torcaz” -relato que había permanecido inédito hasta el año 2002, fecha en que la hija de Gide lo dio a la imprenta-, un postfacio escrito por David H. Walker. Este pequeño estudio, basado en la correspondencia de Gide con Rouart, presenta un retrato claro de la manera en que Gide asumió y vivió su homosexualidad, seguro de que su manera de entender la sexualidad no era en absoluto una perversión. También da una idea de la huella que la noche de julio compartida con Ferdinand dejó en él para siempre, a pesar de que el joven muriera unos años más tarde de aquella aventura romántica.

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