28/3/09

José Manuel Benítez Ariza EL CULTURAL
Quizá la gran aportación de Stendhal (Grenoble, 1783-París, 1842) al género autobiográfico fuera la constatación de su carácter problemático. A la autobiografía, nos dice Stendhal, se llega por pereza: antes que indagar trabajosamente en los pormenores de la vida de otro, mejor ahondar en aquella “de la que conozco ya, demasiado bien, todos los incidentes”. Pero esa ilusión de facilidad se desvanece pronto: el yo acaba revelándose como el personaje más difícil de conocer para un escritor. Y el compromiso de verdad ineludible a este propósito se presenta constreñido por toda clase de consideraciones. La solución no parece ser otra que la reducción de la escritura a un acto privado; bien sea en forma de diario íntimo, o en la de libros de recuerdos cuya publicación aplaza hasta diez años después de su muerte, y que deja inconclusos.
Tal es el caso de estos Recuerdos de egotismo en los que se narran hechos que tuvieron lugar entre 1821, año de su partida de Milán, y 1831. Y el de su Vida de Henri Brulard, escrito posteriormente, y centrado en los años de su infancia y primera juventud. A los stendhalianos les emociona el hecho de que estos escritos, aparentemente discontinuos y desordenados, terminen encajando perfectamente entre sí, y acaben conformando una especie de biografía continuada. Pero si la obra biográfica de quien en su vida civil se llamó Henri Beyle es problemática en la forma, más lo es en el contenido. En casi ningún pasaje advertimos esa placidez de contar que caracteriza a los memorialistas ingenuos.
En estas obras, el impaciente Beyle se impone al minucioso Stendhal: a veces, prefiere plasmar su recuerdo de un lugar en un croquis, antes que en una descripción “literaria”; y otras, deja apuntada la necesidad de ampliar determinados pasajes. Tales son las características sobresalientes en Recuerdos de egotismo. Escritura rápida, gobernada por la asociación libre de ideas, más que por la sujeción a un plan. Improvisación y descuido. Y, como resultado, una maravillosa espontaneidad, en la que queda retratada la complejidad contradictoria de la vida y el esfuerzo de captarla y esclarecerla. Stendhal sabía que sólo merece la pena la felicidad que es capaz de sobrevivir a esa despiadada pulsión analítica.Más allá, es preferible el silencio. Lo inacabado de estos Recuerdos y de la Vida de Henri Brulard son los mejores testimonios del rigor con que llevó a cabo su intento.

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