15/11/08

Eva Díaz Pérez EL MUNDO Los cuadernos parisinos de Stendhal. Cabaret Voltaire rescata ‘Recuerdos de egotismo’, los escritos autobiográficos que recrean el París de la Restauración. Pasear con Stendhal por los salones del París de la Res­tauración, conocer a personajes que sólo podríamos encontrar ya en las hermosas tumbas de piedra y niebla del Perè Lachaise, disfru­tar con su mirada escrutadora y a veces cruel, descubrir las atmósfe­ras de sus novelas. Recuerdos de egotismo, es la obra rescatada aho­ra por la editorial Cabaret Voltaire en su tarea de recuperar joyas de la literatura francesa –sobre todo del fin de siècle y entreguerras– inédi­tas, poco conocidas o mal distribui­das en España. En esta ocasión, se trata de una de las piezas de la literatura auto­biográfica de Henri-Marie Beyle –nom de plume, Stendhal– com­puesta por su Diario, La Vida de Henry Brulard, la corresponden­cia, sus notas necrológicas o su marginalia. Stendhal (Grenoble, 1783-Pa-rís, 1842) inició su proyecto auto­biográfico ya en abril de 1801 a los 18 años cuando «ostentaba los galones del 6º regimiento de dragones del ejército napoleóni­co con su Diario», apunta en la in­troducción Juan Bravo Castillo, responsable de la traducción. Este «coloquio consigo mis­mo» cobra fuerza, sobre todo, a partir de los cincuenta años, cuando el desencanto le lleva a mirar atrás: «Voy a cumplir cin­cuenta años, y va siendo hora de conocerme», anota el autor de La Cartuja de Parma o Rojo y Negro. Stendhal escribió Recuerdos de egotismo en quince días, des­de el 20 de junio al 4 de julio del año 1832 cuando era cónsul de Francia en Civitacecchia –«por ocupar mis ocios en esta tierra extranjera»– y resume los años que van de 1821 a 1830. Alojado en París en la Rue de Richelieu en el Hôtel de Bruxe-lles, número 47, asistimos a las idas y venidas de Stendhal en los salones parisinos y en los cafés del Rouen al Lemblin –el café li­beral situado en el Palais-Royal–, a sus paseos los domingos «bajo los grandes castaños de indias de las Tullerías» a los recorridos so­litarios por Montmartre y el Bois de Boulogne. Gracias a las oportunas notas a pie de página de Juan Bravo Cas­tillo podemos movernos por ese París de la Restauración –tam-bién aparece el viaje a Londres– siendo incluso posible la aventu­ra de seguir los lugares stendha-lianos apuntados en estos Re­cuerdos de egotismo. Por ejem­plo, descubriendo que la mansión de monsieur de Tracy –par de Francia y miembro de la Acade-mia– estaba en la Rue de Tracy, cerca de la Rue Saint-Martin, «que aún existe hoy día, entre el Boulevard de Sébastopol y la Rue Saint-Denis». O incluso sonreír al pensar que en la Rue du Cadran, esquina a la Rue Montmartre, en el cuarto pi­so de un edificio que quizás hoy no exista, Stendhal vivió un cu­rioso episodio de vida galante y que él mismo confiesa en estas memorias parisinas. Y comienza haciendo una ad­vertencia a modo de ‘defensa’ por el desenlace del capítulo. «El amor hizo nacer en mí, en 1821, una virtud muy cómica: la casti­dad». Sus amigos le organizan una «deliciosa velada de jóvenes de vida alegre» en un «salón en­cantador, champagne helado y ponche caliente». Stendhal termina en la habitación de Alexandrine, «tendida en un lecho, casi en el traje y exacta­mente en la postura de la duque­sa de Urbino, de Tiziano». Sin embargo, la escena concluye de forma inesperada. «Aquello fue un ‘fiasco’ completo. Recurrí a una compensación, y ella se pres­tó. No sabiendo qué hacer, inten­té volver al mismo juego de ma­no, que ella rehusó. Pareció sor­prendida. Le dije algunas pala­bras bastante bonitas para mi posición, y salí». El ‘pobre’ Stendhal admite que desde ese momento pasó ante sus amigos por babillan, en referen­cia al genovés Babilano Pallavici-no «que en el siglo XVII tuvo que separarse de su esposa a raíz del proceso en que ésta le acusaba de impotencia», según comenta en su apartado de notas Juan Bravo Castillo.Otro de los aspectos curiosos de estos escritos autobiográficos es la aparición de croquis, como el que aparece de la mansión de monsieur Tracy, que desvelan el escaso gusto de Stendhal por las descripciones: «He olvidado pin­tar este salón. Sir Walter Scott y sus imitadores hubieran comen­zado por ahí, pero yo aborrezco la descripción material».

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