15/11/08

Eva Díaz Pérez EL MUNDO En el cementerio de Montmartre está la tumba de un español. De uno más. Quizás alguien pondrá hoy un ramo de flores en su lápi­da porque exactamente hace diez años moría en París el anda­luz Agustín Gómez Arcos, «el más español de los escritores franceses», como lo definió Luis Antonio de Villena en el obitua­rio que escribió cuando desapa­reció el que llaman el último exi­liado. Siempre he pensado que para conocer de verdad la historia de este país había que buscar en las páginas en blanco de sus ma­nuales, en los márgenes de las crónicas oficiales. Y Gómez Ar­cos forma parte de esa galería de invisibles, de fantasmas, de personajes de la periferia sin los que es imposible comprender la historia literaria de este país. En los últimos años, la edito­rial Cabaret Voltaire está recuperando los libros de Gómez Arcos inconce­biblemente inéditos en español, porque el es­critor almeriense deci­dió rebelarse contra la España de Franco re­nunciando a la lengua. Al mar­charse a París en 1968 –eligiendo así el autodestierro y convir­tiéndose en el último exiliado–, trabaja como contable, cocine­ro, friegaplatos, para ganarse la vida y aprender la lengua. Du­rante diez años no escribirá has­ta haber asumido por completo el francés. Sin embargo, España será una obsesión. Gó­mez Arcos escribía en francés pero aludía a la realidad española. En español sólo había para él silencio mientras que en su patria de acogida recibía premios, éxitos, conde­coraciones como la de caballero de la Orden de las Artes y las Le­tras. Una obra suya, L’enfant pain ( El niño pan, ahora resca­tada) se incluía como lectura obligatoria en el bachillerato francés, pero él no existía en los manuales de literatura.La exiliatura de este andaluz transterrado que vaga aún como un espectro es una forma de re­beldía, un ejercicio para comba­tir contra la desmemoria del franquismo. Y lo sorprendente de este héroe de las letras es que al escoger el exilio cambiará por completo su biografía literaria. Antes de marcharse a París, Gó­mez Arcos había sido un autor teatral paradójicamente premia­do, aunque sus obras nunca se representaron. Sufrió el desdén, el silencio y el desprecio y se con­virtió en un insólito «hereje pre­miado». Así, decide establecerse en París y, tras diez años de silen­cio, cambiar de lengua y de géne­ro literario para convertirse en un novelista de éxito. Por eso, ya es hora de recordar su tumba de Montmartre y rescatarlo de las fosas del olvido. Su comprometi­da literatura lo merece.

No hay comentarios: