8/2/09

Laura Castro solodelibros
En estos sus “Recuerdos de egotismo”, Stendhal hace un repaso del tramo de su vida comprendido entre 1821 y 1830 y, aunque con la clara conciencia de que esas páginas que escribe serán leídas por ojos ajenos, no dejan de suponer un ejercicio íntimo de búsqueda personal; un balance privado de los años pasados que parece brotar precisamente del diálogo entablado con el lector.
Stendhal regresó a París en 1821 después de una larga estancia en Milán. Dado su aborrecimiento por la capital francesa y las cuitas de amor que llevó consigo desde Italia, su vuelta a Francia estuvo marcada por un estado de ánimo atribulado. Los recuerdos de un amor no correspondido y la falta de afecto por sus compatriotas, marcan el recuerdo de sus primeros años de regreso en París.
Estos recuerdos, escritos a veinte páginas por sesión, como si fueran cartas, lo que desvela cierto interés del autor por desmenuzar de manera consciente sus impresiones pasadas; estos recuerdos, se caracterizan sin embargo por su vaguedad. Sumido en un estado que el propio autor califica como tumultuoso, la impronta de esos días se le presenta, y así se plasma en las páginas del libro, de una manera confusa y nebulosa. A menudo confuso sobre las fechas o los protagonistas de los hechos que narra, Stendhal reconoce que su ánimo de entonces era tal que las cosas parecían resbalar sobre su conciencia, pasándole inadvertidas o siendo despreciadas a propósito.
Volviendo la vista atrás, el autor examina, aunque sin demasiado detenimiento, la vida que llevaba entonces. Al inicio del libro se plantea:
¿He extraído todo el partido posible para mi felicidad de las situaciones que el azar durante los nueve años que acabo de pasar en París? ¿Soy un tipo sensato? ¿Poseo un auténtico sentido común?
Mientras que las dos últimas preguntas quedan en el aire (es difícil responderse uno mismo a esas cuestiones), la primera sí recibe contestación a lo largo del libro. Y es que el autor reflexiona sin cesar acerca de las múltiples ocasiones que se le presentaron en esos años de olvidar ese amor no correspondido que laceraba su alma. Insensato, reconoce haberse aferrado a él, ocultando celosamente ese sentimiento a los ojos ajenos; en parte, para mejor saborearlo, en parte, avergonzado de lo pueril de su actitud.
Varias veces a lo largo de estos “Recuerdos de egotismo” reconoce el autor que, a pesar de rondar los cuarenta años en aquella época, sentimentalmente no tenía más de veinte. Entregado con juvenil pasión al recuerdo de esa pasión desafortunada, desprecio la ocasión de amar a mujeres en las que, años después y desde una perspectiva que reconoce más madura, reconoce que hubiera podido hallar la felicidad.Pero, de igual manera reconoce que, en aquellos años de su retorno a París, carecía del ingenio que más adelante desarrollaría y que, a lo que parece, le confirió una nueva confianza en sí mismo. Por entonces, herido en lo sentimental e inseguro de sí, rehuía o descuidaba el contacto de quienes podrían haberle ayudado.
Al haber sido estos recuerdos escritos al correr de la pluma, sin posteriores correcciones (como el propio autor declara), respiran un estilo desenfadado, cercano y sincero que muestra a uno de los grandes autores de la literatura universal en su faceta más humana. Una invitación para conocer al hombre, más allá de su obra.

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