26/8/09

Laura Castro solodelibros.com
Robin Maugham logra en el El sirviente crear una parábola acerca de la debilidad humana y de lo fácil que suele resultar abandonarse pendiente abajo. Y para ello no se sirve de un pesado tono moralizante, sino de una historia ligera, que atrapa la atención del lector por su planteamiento inusual.
Richard Merton actúa como narrador y testigo de la decadencia de su amigo Tony, que acaece después del reencuentro de ambos en el Londres de la posguerra. Merton construye la historia a través de lo que él mismo vio y lo que terceras personas le contaron y, raras veces, narra lo que el propio Tony le contó al respecto de su historia. Tal vez por eso le falta a “El sirviente” algo de tensión, una perspectiva que se sitúe más próxima a la degeneración de Tony, que le siga los pasos de cerca, explicándola pormenorizadamente y volviendo más aprehensible para el lector lo que de miseria moral hay en ella. Pero no obstante lo anterior, el narrador logra transmitir una idea clara de los sucesos y resulta sencillo hacerse una idea de las motivaciones del desgraciado Tony quien, poco a poco, va deslizándose hacia el vicio.
La originalidad de “El sirviente” radica en lo atípico de la adicción de Tony, cuyo hábito malsano no es otro que la comodidad. Su tendencia a la molicie se verá refrendada por la solicitud de su nuevo criado, quien poco a poco irá convirtiéndose en el señor de su amo. Imperceptiblemente, irá modificando sus rutinas so pretexto de hacer su vida más cómoda, hasta que Tony sea completamente dependiente de él.
Acierto del autor es servirse de un narrador que únicamente ve al protagonista de manera intermitente, de forma que cada vez que Richard Merton se reencuentra con su amigo, puede apreciar los cambios acontecidos. De este modo, lo que pierde el relato en cuanto a lo que podría ser una morosa escalada de la intensidad dramática, lo gana por otra parte en agilidad y precisión.
La novela ofrece así una enseñanza sobre la forma en que el ser humano se abandona y sacrifica todo por un vicio. El vicio es en este caso la comodidad, y aunque puede parecer una adicción baladí, deja de serlo desde el momento en que Tony está en manos de su sirviente, que es quien se la procura. Al ceder a su criado el dominio de su vida, de sus costumbres y de sus ideas, queda patente su debilidad de adicto. De hecho, la magnitud de la degeneración de Tony se plasma en la idea escandalosa de la abolición de las barreras sociales que deben separar a amo y criado.
La historia se complica además con el romance que Tony mantiene con una menor que, presuntamente, es sobrina de su criado. Este suceso dejará como secuela el gusto del protagonista por las muchachas púberes, que su fiel criado se encargará de conseguirle e, incluso, compartirá con él. Pero este hilo de la trama, con el que Robin Maugham pretendía tal vez incidir en la degradación moral de su protagonista y en su total dependencia de la tétrica figura del sirviente, resulta quizá una vuelta de tuerca innecesaria. No le resta interés, pero la novela llegaría a buen término aun sin ese matiz, gracias a que es una historia bien planteada y bien resuelta.

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