28/8/09

Luis Antonio de Villena Expansión
Venecia
Desde principios del siglo XIX (fenecida la República Serenísima) la ciudad de los canales adriáticos nunca ha dejado de ser una ciudad turística, y a menudo, como en los veranos, abarrotada. No estoy, por tanto, aconsejando un viaje canicular a Venecia -es mucho mejor en primavera o en otoño- y máxime con la famosa insalubridad del siroco. No, quiero proponerles que lean un bonito, lírico y muy esteticista volumen del poeta simbolista Henri de Régnier (estaba entre Verlaine y Mallarmé, fue académico) que acaba de publicar Cabaret Voltaire -Barcelona- recogiendo dos partes distintas: los Cuentos venecianos, más tardíos, de cuando ya la moda del simbolismo acababa, pero sobre todo los deliciosos Esbozos venecianos (1906) que tiene algo de relato evocativo y no poco de suave poema en prosa. Ahí, breve y jugosamente, a través de objetos antiguos, escenas varias y visitas a palacios o a ocultos canales desvencijados, surge para nosotros -limpísimo y mágico- el espíritu y la imagen de una Venecia finisecular que aún vemos (no ha habido grandes obras) pero tampoco podemos gozar del todo, si no es -en parte- imaginativamente. Quien nos hace de refinado guía, Régnier (1864-1936) fue uno de esos exquisitos estetas de entresiglos, con monóculo, alto, delgado, hiperestésico, como le gustaba decir a Rubén Darío, un personaje, en fin, como sacado de una novela de góticos crepúsculos, que naturalmente tuvo a Venecia como a una patria del alma. Los Esbozos venecianos son una delicia, y seguro estoy así, de que cuando vayan o vuelvan a la vieja y augusta Serenísima, buscarán, no el camino de los turistas, sino el de los canales recónditos, el de los 'campi' solitarios, y hasta el de los anticuarios donde encontrar un viejo tintero de Murano, color granada. Una bella evocación del esplendor pasado. Háganme caso.

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